Memoria

[Reportaje] Desarraigo y florecimiento en el exilio: la identidad chileno-canadiense | Radio-Canada.ca

Desarraigo y florecimiento en el exilio: la identidad chileno-canadiense .

El libro titulado 50 años después: Uprooted and Replanted in Exile – Reflections of Being Chilean Canadian, que destaca trayectos de miembros de las generaciones de descendientes de exiliados chilenos en Canadá, fue publicado recientemente en Toronto.Cincuenta y tres hijos y nietos de exiliados chilenos en Canadá reflexionan sobre su identidad y sus orígenes.

FOTO: RADIO-CANADA / PALOMA MARTINEZ-MENDEZ

Paloma Martínez Méndez

Publicado: 22 de septiembre de 2023 5:00

Publicado y editado por la Casa Salvador Allende de Toronto*, el libro 50 años después: Uprooted and Replanted in Exile – Reflections of Being Chilean Canadian, destaca trayectos de miembros de las generaciones de descendientes de exiliados chilenos en Canadá. Cincuenta y tres hijos y nietos de exiliados chilenos en Canadá relatan sus historias y revelan la huella que el golpe de Estado de 1973 en Chile dejó en sus vidas. RCI conoció a dos de ellos.

Nano Valverde, que llegó a Toronto de niño, cuenta que su familia fue expulsada a la fuerza de Chile. Su padre tuvo que exiliarse en la embajada de Honduras en Chile durante varios meses y ellos, los niños y su madre, tuvieron que esconderse durante esos mismos meses en casas de tíos y tías en las afueras de la capital, Santiago. Su casa fue allanada.Su madre tuvo que quemar en una iglesia alejada una gran cantidad de carteles, libros y folletos socialistas que tenía en casa.

Un homme (Nano Valverde, professeur de musique retraité de la communauté chilienne de Toronto) devant un graffiti dont les éléments visuels évoquent la musique.

Nano Valverde es un profesor de música jubilado y músico activo de la comunidad chilena de Toronto.Tras aquellos momentos de zozobra, Nano Valverde habla de sus primeros años en Toronto como si fuera un juego de aventuras, y ésa es la historia que quiso contar en este libro colectivo.Cuando llegamos acá, mi hermano y yo recolectábamos cosas de la basura, camas, muebles, lámparas, muchos televisores. Era como una aventura para nosotros, una forma de entretenernos. También había mucha solidaridad entre las familias exiliadas. Hoy, todavía nos reconocemos. Fue un momento triste, quizás, pero también lindo porque estábamos descubriendo otro mundo y al mismo tiempo ese ambiente de camaradería.Este chileno criado en Canadá también explica que para muchos de los exiliados, incluida su madre, Canadá era sólo un lugar de residencia temporal. Su madre solía decir que se volverían a Chile en un año, luego fueron dos y luego cinco, hasta que dejaron de hablar del tema. Mi mamá compró muebles por primera vez en el año 1984, o sea, 10 años después de que llegamos. Y finalmente empezó a asentarse un poquito. Pero cuando mi hermano compró casa, en el 90, mi mamá pensó que era como una especie de traidor. Pero bueno, estamos acá. Mi madre falleció, pero 50 años después todavía estamos acá, y ya nadie se va a ir.Nano Valverde dice que hoy, Toronto es su país.

ESTUDIAR PARA HONRAR EL PASADO

Une femme (Maya Larrondo, petite-fille d'exilés chiliens au Canada et étudiante en anthropologie médico-légale à l'université de Toronto) sourit à la caméra dans une bibliothèque.

Maya Larrondo es nieta de exiliados chilenos en Canadá.Los abuelos de Maya Larrondo, estudiante de la Universidad de Toronto, se exiliaron en Toronto en los años 70. RCI conversó con ella en la universidad donde estudia antropología forense, una rama de la antropología física que aplica el análisis de restos óseos y técnicas arqueológicas para resolver casos criminales.Maya afirma que su vida siempre ha estado marcada por sus orígenes chilenos, incluso a la hora de elegir su carrera.Elegí estudiar antropología forense porque las historias de los desaparecidos durante la dictadura me impactaron mucho. Estudiar algo relacionado con eso era muy importante para mí.La joven cuenta que creció participando en numerosos eventos organizados por la Casa Salvador Allende y que siempre se ha sentido perfectamente integrada en este entorno, a pesar de ser sólo medio chilena. Mi madre es chilena, pero mi padre es blanco. Creo que desde la comida y la cultura, pasando por la música y los libros que mis padres me leían cuando era pequeña, todo ha estado ligado al ambiente chileno. Ser chilena ha tenido un gran impacto en todo lo que soy.Maya Larrondo lamenta no hablar español con fluidez, una realidad entre quienes pertenecen a las terceras generaciones de inmigrantes en Canadá. Fueron sus abuelos quienes se vieron obligados a abandonar Chile.

Incluso para su madre, quien llegó a Canadá siendo niña, el inglés fue el principal idioma utilizado fuera de casa, en todos los ámbitos de su vida.

A pesar de eso, el sentido de pertenencia de esta joven a la comunidad chilena es muy fuerte.

Los relatos de Nano Valverde y Maya Larrondo y de otros 51 hijos y nietos de exiliados en Canadá forman parte de un libro.

50 años: Uprooted and Replanted in Exile – Reflections of Being Chilean Canadian, publicado por la Casa Salvador Allende de Toronto (nueva ventana), pero las historias proceden de todo Canadá, hogar de la cuarta diáspora chilena más grande del mundo.


Durante todo el mes de septiembre 2023, el equipo latinoamericano de RCI publicará reportajes relativos al 50 aniversario del exilio chileno en Canadá. Consulte la serie de reportajes aquí:

Paloma Martínez Méndez

Origen: [Reportaje] Desarraigo y florecimiento en el exilio: la identidad chileno-canadiense | Radio-Canada.ca

*Casa Salvador Allende - Toronto

Frivolidad. Pablo Azocar

Columna de Pablo Azócar: Frivolidad

FONDO HISTORICO – CDI COPESA


Muchas veces me pregunté por qué Augusto Pinochet, en el mundo entero, aparece en todos los listados de los personajes más perversos de la historia universal de la infamia. La primera respuesta que se me viene a la mente: la crueldad. Pocos regímenes han ejercido una crueldad tan rigurosa, fría y sistemática. El dictador chileno no solo mandó matar a varios de sus amigos y jefes a los que había jurado lealtad eterna, comenzando por el general Carlos Prats, quien lo había aupado y cobijado como se cobija a un hijo, sino que además creó un aparato represivo que recurrió a las sevicias más delirantemente inhumanas de las que se tenga memoria. A un afamado cantautor le reventaron las manos para que no tocara nunca más la guitarra, a una dirigente estudiantil le plantaron una plancha hirviendo para deformarle la cara, a dos adolescentes los rociaron de parafina y los quemaron minuciosamente de arriba a abajo, a un obrero le martillaron los dedos para que no volviera a ejercer su oficio, a una enfermera le atravesaron las manos con yataganes hasta que se fue desangrando entera, a un campesino de 16 años le reventaron la cara y lo encontraron con la boca llena de excrementos de caballo, a un pianista le fueron arrancando una a una las uñas de las manos, a un dirigente político lo mataron a pausas quemándole el pecho con un soplete. Conocí a una adolescente que estaba embarazada porque la habían violado una y otra vez salvajemente en una cárcel clandestina. Conocí a un niño al que le pusieron electricidad en la entrepierna delante de sus padres para que estos “hablaran”. Conocí a una mujer que era incapaz de tener relaciones sexuales porque le habían metido ratones en la vagina, y a otra que la amarraron para que fuera penetrada por un perro entrenado.

El Informe Rettig y sobre todo el Informe Valech –documentos oficiales del estado chileno, redactados por autoridades morales y especialistas de todo el arco político- recogen una parte de esas atrocidades. Me armé de valor y leí de principio a fin el Informe Valech, y la experiencia resultó más terrorífica que las peores novelas de terror. En ese informe, sin ir más lejos, hay una lista de más de mil niños que padecieron vejámenes diversos. Las personas que redactaron ese informe de espanto recibieron decenas de miles de testimonios, aunque fueron muchísimas las víctimas que no se animaron a hacerlo para no revivir el horror, la humillación y el miedo. Destaca el Informe Valech que además millones de chilenos perdieron el trabajo o la vivienda, denigrados, excluidos y acosados, cientos de miles debieron partir al exilio, y muchos de los que se quedaron tuvieron que sobrellevar la estigmatización y la persecución. Algunos fueron detenidos varias veces y debieron cambiar de ciudad. Otros, en sus pueblos, experimentaron el escarnio de tener que convivir con sus propios torturadores. En ese informe pavoroso quedaron registrados más de setecientos regimientos, retenes, comisarías, campos de concentración o cárceles secretas –en todas las regiones del país- donde sucedieron los hechos, con fechas y pormenores.

A pesar de los años transcurridos, los millares de testimonios que recoge el Informe Valech resultan sobrecogedores. “Me rompieron las fibras del ano al meterme objetos contundentes”. “Perdí la visión del ojo derecho por golpes de metralleta”. “Entonces un milico se sacó el pene y me obligó a que se lo enderezara con mi boca, después vino el otro y el otro, el último se fue en mi boca, mi vida nunca fue la misma ya que solo tenía 15 años”. “Me aplicaron el ‘teléfono’, golpes al unísono en ambos oídos, reventándome el derecho”. “Me fueron arrancando las muelas sin anestesia”. “Me colgaron de los pies, me hacían comer excrementos y agarraban del cuello delante mío a mi hija de nueve meses diciéndome que la iban a matar”. “Me molieron los riñones con los golpes y aún tengo secuelas”. “Me obligaron a tener relaciones sexuales con mi padre y con mi hermano”. “Me golpearon tanto que perdí la memoria y la visión”. “Nos hicieron desnudarnos, pasando una barra entre los codos y la parte trasera de las rodillas, la sensación era de descuartizamiento”. “Me deshicieron los testículos con la corriente”. “Tengo huellas de quemaduras de cigarro en todo el cuerpo”. “Me destruyeron la vagina, no pude defecar sin dolor durante años”. “Me dejaron ahí y se me gangrenó una pierna”. “Me tuvieron que extirpar el útero y los ovarios por hemorragias internas”. “Hoy tengo una afección cardíaca producto de la corriente que me aplicaron”. “Quedé con un terror que nunca se me fue, paranoia, claustrofobia, angustia”. “Sigo reviviendo una y otra vez lo que padecí en esos días”. “Todavía lloro mientras duermo”.

¿Cómo se mide la inmensidad de ese dolor? ¿Cómo se mide esa humanidad ultrajada tan masivamente y, por lo general, tan anónimamente? ¿Qué cicatrices pueden quedar en la psiquis de un país después de una barbarie de esas dimensiones?

Lo desconcertante es que lo que vino después fue el silencio. El país oficial sencillamente decidió que todo aquello se metiera debajo de la alfombra. En nombre de la “reconciliación” y la estabilidad política, se resolvió simplemente que no se volviera a hablar sobre el asunto. Se clausuró sin ceremonia alguna la heroica Vicaría de la Solidaridad, se canceló de la historia oficial al Cardenal Raúl Silva Henríquez, se escondieron a conciencia el Informe Valech y el Informe Rettig y los cientos de miles de testimonios, no hubo políticas de reparación, y la prensa casi no volvió a hablar sobre el asunto. Que los familiares se las arreglaran como pudieran. Como en las maldiciones bíblicas, se quedaron a solas con ese quiste los hijos y los nietos y los bisnietos.

Cuando el presidente Gabriel Boric otorgó en julio en España una distinción honorífica al jurista Baltazar Garzón -quien hizo que Pinochet fuera detenido en 1998 en Londres en nombre de la justicia universal de las Naciones Unidas-, la derecha chilena reaccionó escandalizada y presentó un reclamo formal ante la Cancillería. “El reconocimiento a Garzón es una vergüenza”, dijo un diputado. “Es una provocación”, dijo otro. No perdonan a Garzón: no le perdonan haber mancillado la figura del “tata” Pinochet. Todo esto no es privativo de la derecha: se ocultó todo durante tantos años, se clausuró tan sistemáticamente esa memoria, que hoy día sale gratis el negacionismo, o relativizar los hechos, o aplicar el viejo sistema de los empates.

La paradoja es terrible: Chile es probablemente el único país del mundo en el cual no existe conciencia aún de lo monstruoso que fue el régimen de Pinochet. Se corrieron todos los límites imaginables del bien y del mal, ni Calígula ni Nerón llegaron a extremos semejantes. Los alemanes se han dedicado durante décadas, día a día, mes a mes, año a año, a recordar el holocausto hitleriano, en películas y ensayos y novelas, en fotografías y cuadros y monumentos, en museos y ceremonias y memoriales. El holocausto chileno, en cambio, ni siquiera tiene nombre. Esa es la frivolidad que se instaló con el peso de la noche, una frivolidad que continúa campeando hoy, como si nada nunca hubiera sucedido.

Pablo Azócar, escritor.

La historia oculta de “La historia oculta”

https://vergara240.udp.cl/la-historia-oculta-de-la-historia-oculta/

Entrevista de Andrea Insunza y Javier Ortega a los periodistas del libro “La historia oculta del régimen militar”.

Por Andrea Insunza y Javier Ortega

8 de Octubre de 2018

Hace 30 años, semanas después del plebiscito del 5 de octubre de 1988, el diario La Época publicó el último fascículo de La Historia Oculta del Régimen Militar, la más completa investigación periodística escrita sobre la dictadura. Lanzada luego como libro, la obra se convirtió en un clásico del género. Una entrevista con sus tres autores -realizada por académicos de la Escuela de Periodismo UDP- entrega detalles inéditos sobre cómo lograron reportear la trastienda de Pinochet en el poder.

-Dame un pucho -dijo el conscripto- No he fumado en todo el día.

-¡Nada de cigarrillos! -gritó un suboficial, a cierta distancia-. Mi general dijo que ni una luz.

El diálogo ocurre la madrugada del 12 de septiembre de 1973, entre soldados que custodian los escombros humeantes de La Moneda. En Santiago reina el toque de queda y los conscriptos están cansados y nerviosos.

Así parte “La historia oculta del régimen militar”, la investigación periodística que cubre los 17 años de la dictadura de Pinochet, desde las violaciones a los derechos humanos hasta las soterradas disputas entre los miembros de la junta. La obra fue lanzada por primera vez hace 30 años, en el desaparecido diario La Epoca, mediante fascículos semanales que culminaron con la cobertura del plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Los autores eran los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, tres compañeros de carrera en la Universidad de Chile que, en las postrimerías del régimen, trabajaban en La Epoca como editores. Amigos, voraces lectores y cinéfilos, se propusieron hacer un relato rigurosamente periodístico, aunque con giros literarios acotados que lo intensificaran. Así surgió la idea de partir con la escena de los soldados custodiando La Moneda destruida. Luego, la trama va ampliando el foco hasta graficar en toda su magnitud la tragedia del quiebre democrático.

Se propusieron escribir unos 25 capítulos, robándole tiempo a la frenética labor periodística de esos días. Para no verse “pillados” por la contingencia, tenían listas cuatro o cinco entregas cuando el primer capítulo se publicó con el diario. Pero muy pronto estaban sobrepasados, cerrando los fascículos el día antes. De los 25 capítulos proyectados escribieron más de 50, el último de ellos con detalles de cómo la noche del 5 de octubre un amargado Pinochet, en La Moneda, se vio obligado a aceptar la derrota. La obra completa ha sido reeditada varias veces como libro.

Hace algunos años, a instancias de dos periodistas e investigadores de la Escuela de Periodismo UDP, los tres autores hablaron por separado de esa experiencia. El resultado es esta entrevista a tres voces sobre una de las investigaciones periodísticas más emblemáticas de la historia chilena reciente. Un extracto de este registro fue publicado el domingo 30 de septiembre en Reportajes del diario La Tercera. Acá su versión completa.

¿Cuando decidieron escribir esta serie tenían algún modelo o referente periodístico que se acercara a lo que querían hacer?

A. Cavallo: Acá en Chile no, que yo recuerde. Sí teníamos claro que había que hacer un relato que requería de ciertos giros literarios muy acotados. Por ejemplo, partir con detalles y ampliar el foco, que técnicamente es un recurso no periodístico.

M. Salazar: Tengo la impresión de que un referente fue un trabajo que habían hecho años atrás las periodistas Marcela Otero y Malú Sierra en la revista Hoy, el primer reportaje en la prensa chilena sobre los detenidos desaparecidos y la DINA. Era un trabajo por capítulos estupendo y que tenía un nombre parecido. A nosotros desde el comienzo nos pareció que lo que debíamos hacer era contar de otra manera lo ocurrido durante la dictadura, desde sus inicios hasta donde llegásemos. Yo tenía la formación de la agencia UPI. Cuando tú escribes para agencias internacionales redactas textos que tienen entre tres mil y ocho mil caracteres, no más. Y tienes que privilegiar el color, los datos pasan a ser un anexo. Lo que importa es el relato, que sea una buena historia. Algo muy propio del periodismo anglosajón.

O. Sepúlveda: Los tres somos de la misma generación de la Escuela de Periodismo de Universidad de Chile, pero hasta donde recuerdo no teníamos ningún referente como guía. Nunca por lo menos lo conversamos (…) La idea era hacer una obra novedosa, recrear los hechos a través de imágenes que pudieran acercar al lector a la trama, para que no fuera tan árida. Como si estuviera viendo una película. Los tres éramos buenos lectores, nos gustaba el cine. Eso influyó.

¿Manejaban las técnicas del periodismo de investigación de manera sistemática o intuitiva?

M. Salazar: De una forma más sistemática, por nuestra trayectoria profesional. Los tres empezamos a trabajar en periodismo por ahí por 1978 y ya llevábamos casi 10 años cuando empezamos la serie. Era una época durísima donde aprendías mucho. Tenías relación con periodistas extranjeros que venían a Chile, gente que te enseñaba mucho.

A. Cavallo: No tuvimos ramos del periodismo de investigación en la universidad, pero teníamos muy claros los estándares del periodismo de investigación norteamericano. No es que los aplicáramos todos, pero sabíamos que había procedimientos como los del caso Watergate en el Washington Post. Yo por lo menos me acuerdo de haber tenido esa conciencia de cruce de fuentes desde bastante temprano en mi carrera.

“A LOS 15 Ó 20 CAPÍTULOS ESTÁBAMOS PILLADOS”

¿Hicieron una capitulación previa antes de lanzarse a escribir?

O. Sepúlveda: Hicimos un esqueleto inicial. Al comienzo definimos unos 25 capítulos, pero terminamos con más de 50. El libro tiene una estructura que se justifica sólo por la forma en que fue hecho: a medida que íbamos investigando se nos completaba el cuadro. Por eso trabajamos mucho con flashbacks, porque nos surgían datos sobre temas que ya habían quedado atrás. Entonces, en capítulos posteriores teníamos que volver a profundizar aspectos valiosos.

M. Salazar: Hicimos una primera capitulación antes de reportear nada. Logramos el visto bueno del director del diario [Emilio Filippi] y creo que trabajamos menos de un mes preparando los cuatro o cinco primeros capítulos antes de publicar la serie.

A. Cavallo: Incluso, cuando partimos no estaba clara la fecha del plebiscito, pero ya habíamos anunciado a los lectores que la serie llegaba hasta ahí. Estuvimos trabajando un mes o algo más en hacer entrevistas y reuniendo papeles, pero a ciegas. En general no sabíamos lo que andábamos buscando. Recuerdo haber ido a entrevistas donde preguntaba: “Oiga ¿qué pasó el ‘75 en general?”. Tengo la idea de que alcanzamos a producir unos 3 ó 4 capítulos antes de partir, como colchón para que no nos pillara la máquina. Pero ya a los 15 ó 20 capítulos estábamos pillados, cerrando capítulos el día anterior.

¿Cómo repartieron el reporteo y la escritura?

M. Salazar: Nos guiamos por los temas que habíamos reporteado cada uno hasta ese momento. Yo me hice cargo de los temas de derechos humanos, represión e izquierda. Ascanio Cavallo tomó la política palaciega y los partidos que estaban relativamente institucionalizados en los ‘80, como la DC. Oscar Sepúlveda tomó las relaciones internacionales y otros asuntos similares. Todos nos hicimos cargo de capítulos específicos, pero gracias al background de cada uno también aportábamos a los capítulos de los otros. Si Oscar, por ejemplo, estaba trabajando en tal tema, lo que teníamos Ascanio y yo al respecto lo dejábamos en su carpeta y también le aportábamos fuentes. Eso fue posible fundamentalmente por nuestra relación de amistad y confianza.

A. Cavallo: Manuel Salazar tomó todo lo que era la represión de la izquierda, la subversión y los temas de derechos humanos, una línea que parte con el exterminio del MIR y que termina con el FPMR. Oscar tomó temas de relaciones exteriores como el Filipinazo y episodios políticos como la venida del Papa Juan Pablo II a Chile. Yo tomé los temas relacionados con fuerzas armadas e itinerario político.

O. Sepúlveda: Cuando uno entrevistaba a una fuente salía con mucha información, porque la idea era aprovechar cada entrevistado para sacarle toda la información posible sobre el periodo que la fuente conocía. Después carpeteábamos los datos y hacíamos una división de antecedentes. Entonces, junto con iniciar este temario con estos 25 capítulos iniciales, empezamos a repartirnos los temas: “Tú te encargas de estos cinco capítulos, tú de estos otros cinco”. Con la Iglesia Católica repartimos más las cosas. Yo trabajé muchísimo en los capítulos finales de la venida del Papa. Ascanio trabajó bastante el rol que jugó la Iglesia en los inicios del régimen.

BUSCAR SIN GOOGLE

¿Qué tan importante fue el trabajo previo de recopilación de información?

M. Salazar: Es fundamental en este tipo de periodismo. Tienes que verlo y tenerlo todo. Hace unos años un periodista tuvo problemas con un empresario, Julio Ponce Lerou, porque publicó una información usando como base un reportaje de la revista Cauce de los años ’80. El periodista no captó que al número siguiente la revista tuvo un desmentido de Ponce Lerou. Se quedó sólo con el reportaje original y no revisó sus reacciones. Eso es muy frecuente.
A. Cavallo: Nos dimos cuenta que había mucha información publicada en los diarios. En El Mercurio, por ejemplo, salían parrafitos de enfrentamientos entre la subversión y los aparatos de seguridad. Entonces, uno podía saber datos como la fecha y el lugar. Era largo de hacer, sin google, con archivos de papel. Ocupábamos el archivo de La Época y también la Biblioteca Nacional. Además, ocupábamos archivos de la Iglesia Católica sobre derechos humanos. La Vicaría de la Solidaridad había publicado varios libros y documentos resúmenes muy ordenados. Entre las revistas era especialmente valiosa Qué Pasa, que tenía una sección llamada Ojos de la Llave con mucho material. Después, en los ’80 la sección política de Qué Pasa se puso muy valiosa. Ahora, siempre eran más indicios que información procesada. Obviamente, también hay que contar las revistas que surgieron en los ’80: Hoy, Apsi, Análisis.
O. Sepúlveda: Había que recorrer desde El Mercurio hasta la revista Análisis.

¿Los archivos de la Vicaría fueron los más valiosos a los que tuvieron acceso?

M. Salazar: En el tema de los derechos humanos a lo mejor, aunque en ese ámbito también logramos hablar con protagonistas, gente que por ejemplo había estado clandestina. Además, accedimos a otros documentos completamente desconocidos en ese tiempo: decretos, comisiones legislativas, mucha información policial de Investigaciones. Yo creo que durante varios años se acostumbró en Chile a utilizar las investigaciones judiciales sobre casos emblemáticos para hacer libros. Tomabas el proceso judicial y escribías el libro. Nosotros nos resistíamos a eso. Íbamos más allá del dato frío. Para nosotros también era importante saber contar la historia.

¿Hubo libros que les resultaran valiosos?

A. Cavallo: Hubo uno que nos dio mucho material, “El General Disidente”, de Florencia Varas [Editorial Aconcagua, 1979]. Tenía indicios de hechos que luego reporteamos y resultaron ser grandes. Además, tuvimos acceso a prácticamente todos sus protagonistas. Obtuvimos documentos como las cartas de la crisis al interior de la junta militar, con motivo de la consulta de 1978 [en capítulo 18, Asonada en diciembre, cuando Pinochet decidió hacer una consulta a la ciudadanía para rechazar la condena de la ONU a Chile por la situación de los derechos humanos, lo que fue resistido por el general Leigh]. Otro libro importante es “Asesinato en Washington”, de John Dinges y Saul Landau [Assassination on embassy row, Editorial Pantheon, 1980].

“ERAN MAYORITARIAMENTE FUENTES DE GOBIERNO”

¿Cómo consiguieron que fuentes del propio régimen hablaran para este proyecto?

O. Sepúlveda: A nuestros primeros entrevistados les contábamos que íbamos a cubrir una serie de hechos que la prensa de la época había omitido. Toda esta gente en general entendió, y a eso probablemente contribuyó que los primeros capítulos tuvieran un cierto peso, un cierto tono que influyó mucho: cuando empezamos a publicar, las fuentes se multiplicaron.
M. Salazar: En el contexto político del momento, parte importante de la derecha estaba muy dispuesta a la transición. Hubo gente de ese sector que nos ayudó harto, incluso a convencer a otras fuentes para hablar. Otro actor importante fue la Iglesia Católica, partiendo por el cardenal Raúl Silva Henríquez. Esto hizo que personas que nunca imaginamos nos hablaran. Eso sí, con el compromiso ya claramente establecido después de ver los primeros capítulos de que el resguardo de la fuente no se iba a romper.

¿Cuántos entrevistados tuvieron en total?

A. Cavallo: Hasta donde recuerdo eran cerca de 140 personas, aunque las horas de grabación eran muchas más. Eran mayoritariamente fuentes de gobierno. En segundo lugar venían los entrevistados de oposición. Sobre estas últimas, evitamos en lo posible hablar con los dirigentes de primerísimo nivel, salvo para chequear información. Si no, convertíamos la trama en una suerte de santería civil y nuestro foco era el gobierno.
O. Sepúlveda: Mi cálculo es que usamos cerca de trescientas fuentes, aunque es una estimación mía, que los demás autores no tienen necesariamente que compartir.

¿Por qué optaron por usar casi exclusivamente fuentes en “off the record”?

M. Salazar: Antes de que los primeros capítulos salieran nos encontramos con bastante gente que estaba dispuesta a hablar, pero que no quería ser mencionada. Nosotros en La Época teníamos un manual de estilo, que decía que todas las fuentes debían citarse, salvo en casos extraordinarios. Pero el libro partía con los primeros años de la dictadura, los más complicados. Y al empezar a reportear la mayoría de la gente no quería aparecer con su nombre. Ese era un lío, por lo que decidimos no poner fuentes, salvo alguien que pidió expresamente ser mencionado: el abogado Jorge Ovalle Quiroz [asesor del comandante en jefe de la Fach, Gustavo Leigh].
A. Cavallo: Si poníamos un episodio con fuentes y otro sin fuentes el primero iba a ganar fuerza en desmedro del otro. Además, trabajamos sobre la convicción de que en el ambiente de la época pretender tener sólo fuentes en on the record era una demencia. Ahora, la inmensa mayoría de las entrevistas las grabamos en cintas, no obstante ser pactado en off the record.
O. Sepúlveda: Había gente que no tenía problemas en que citáramos su identidad, pero se trataba de casos en que nosotros teníamos información que avalaba lo que nos decían. Sin embargo, la mayoría te pedía inmediatamente el off the record como condición para hablar.

¿Qué reglas utilizaban para trabajar con fuentes en off the record?

O. Sepúlveda: Teníamos clarísimo el principio ético básico de no revelar jamás a una fuente en la investigación, ni al conversar con otros entrevistados ni en el texto. Tampoco quisimos nunca confundir nuestra misión de periodistas con la de un investigador policial, ni hacer denuncias en los tribunales ni arreglar cuentas con la historia. Simplemente ser testigos y retratar.
A. Cavallo: Nosotros nunca hemos dicho quiénes nos hablaron, pero una vez Mónica Madariaga [ex ministra de Justicia y Educación de Pinochet, fallecida en 2009], al presentar sus propias memorias, dijo: “Yo quiero decir que fui una fuente”. Con ella la cantidad de horas de grabación fue inmensa. Y ella siempre partió sobre la base de que no revelaríamos unilateralmente su identidad.

¿Qué resguardos tomaron para evaluar la información de las fuentes “en off”?

M. Salazar: Para reproducir un hecho delicado había que encontrar tres fuentes distintas que contaran la historia de una manera aproximada. Ahí entraba el recurso de la novelización de la trama: darle atractivo y estilo al relato, lo que a mi juicio fue un acierto.

¿En qué episodios requirieron de tres fuentes para chequear la información?

M. Salazar: Uno de los episodios más comentados es una reunión del círculo más pequeño de Pinochet, donde Pinochet golpea una mesa de vidrio y la rompe, en medio de una pelea con el general Gustavo Leigh [en el capítulo 3, Fractura en el piso 22]. En esos momentos el episodio era bastante difícil de creer. Ahora, especialmente para la gente que tiene cierto manejo en estos temas, se puede identificar qué fuentes hablaron, pero en ese momento era súper complicado, porque las fuentes eran muy restringidas.
A. Cavallo: Al narrar el viaje fracasado de Pinochet a Filipinas, Oscar Sepúlveda logró reconstruir visualmente detalles inimaginables. Incluso llegó con una foto de la placa de auto que iba a usar Pinochet en esa visita.

En algunos pasajes ustedes omiten información, como en el capítulo 14, “Los años de gloria de la DINA”, donde no ponen los nombres de las empresas proveedoras de la DINA porque no tenían la certeza de que esas firmas supieran que trabajaban con ese organismo.

M. Salazar: Me parece que uno debería dejar espacio para la duda cuando no hay certeza. Decir: “Hay fuentes que dicen esto, pero nosotros no fuimos capaces de saber si es verdadero”. Ese tipo de aclaraciones nosotros tres la compartimos hasta ahora. Probablemente otros periodistas también. Pero muy pocos medios te permiten hacer eso. Los medios quieren acercarse al máximo a la verdad y eso no siempre se logra.

UNA DELEGACIÓN DE LA DINA EN EL DIARIO

¿Dónde se reunían con fuentes confidenciales como ex miembros de la DINA u oficiales de Ejército?

M. Salazar: En los lugares más extraños, lo que es típico de esa clase de fuentes. Por ejemplo en una plaza, con un tipo que se te acercaba y te decía: “Caminemos”. Me acuerdo de haberme juntado con una fuente en la ribera del Mapocho, con el tipo súper nervioso. O cuando hablabas con la ultraizquierda, que te hacían subirte a un auto y te llevaban para acá y para allá.
A. Cavallo: Hicimos el quinto capítulo del libro sobre la DINA, Las cuatro letras del miedo. Era un capítulo con información más o menos pública, a la que sumamos antecedentes inéditos de Manuel Salazar. Pero luego de publicarlo nos llamaron ex agentes de la DINA, quejándose porque no les habíamos preguntado. Entonces, hicimos otro capítulo, Dina: los años de gloria, con los datos aportados por una delegación de ex agentes que llegó al diario. Los ex DINA sentían que habían tenido que hacer el trabajo sucio, pero que el modelo económico lo estaban disfrutando otros. Se suele olvidar que la DINA tenía un modelo económico propio. Su división económica había investigado a los grupos empresariales, a los ricos, no a los pobres. Entonces, estos entrevistados estaban preocupados de reivindicar esa parte. Pero como eran bastante toscos, de paso te contaban una cantidad de brutalidades desconocidas. Con mucho orgullo nos contaron que tenían bajo control a todos los embajadores que vinieron a la Sexta Asamblea de la OEA en Santiago [1976], gracias a la “compañía” de sus mujeres de la Brigada Femenina.

¿Hubo información que no lograron chequear y publicar o que omitieron por posibles represalias?

O. Sepúlveda: Más que omitir información por posibles represalias, lo hicimos por falta de unanimidad nuestra en la credibilidad de las fuentes. O cuando no había pruebas suficientes.
A. Cavallo: Teníamos indicios sobre quién era un personaje muy, muy importante del régimen al que le decían el “Cara de Jote” y que presenció continuamente actos de tortura. No estoy seguro si no lo confirmamos completamente, o si preferimos no inferir una acusación tan grave.

En el libro sugieren cosas sin decirlas claramente. Una de ellas es cuando a Pinochet le cancelan la visita a Filipinas y su comitiva debe volver. El libro dice que mientras el avión retornaba, en el entorno de Pinochet se temió seriamente por la estabilidad del régimen. ¿Por qué no dicen derechamente que Pinochet temió que le hicieran un golpe en Santiago?

A. Cavallo: En ese caso se trata de una especulación que recorrió a la comitiva. Si hubiéramos dicho “golpe de Estado” habríamos tenido que precisar. Lo mismo ocurre después, en 1986, luego del atentado en el Cajón del Maipo, en que hubo un par de horas en que Pinochet buscó detectar desde dónde podría venir el complot.
O. Sepúlveda: Uno no puede asegurar lo que pasa por la mente de un personaje. Uno a lo más sugiere lo que podría estar pensando.

“HASTA A DÓNDE VAN A LLEGAR”

¿Hubo presiones cuando comenzaron a salir los primeros capítulos?

M. Salazar: Publicado el primer capítulo el director del diario recibió una llamada del general Santiago Sinclair, entonces vicecomandante en jefe del Ejército, quien le preguntó: “Queremos saber hasta a dónde van a llegar”. Y Emilio Filippi le explicó lo que pretendíamos, que no queríamos victimizar ni culpar a nadie.
A. Cavallo: Yo creo que si nos hubiéramos metido más con los políticos civiles los problemas hubieran sido mayores.

En varios pasajes relatan reuniones de Pinochet con su entorno más estrecho. Incluso, describen sus estados de ánimo y rabietas ¿Cómo lograron ese grado de descripción?

O. Sepúlveda: La gente en esa época sentía que estaba viviendo la historia. Había fuentes muy locuaces, como Mónica Madariaga, cuya colaboración podemos revelar ahora que murió. Cuando estas versiones coincidían con, por ejemplo, la de un general que te decía “efectivamente así fue”, podías reconstruir episodios y climas internos. Los diálogos reconstruidos reflejan ese tono y esa tensión. Obviamente, eran diálogos y escenas que no tenían una fidelidad total, porque no había grabaciones de las reuniones de Pinochet con sus ministros y generales.
A. Cavallo: Siempre he pensado que si Pinochet hubiera sabido con quienes hablábamos habría hecho una razzia, desde el vicecomandante en jefe del Ejército hacia abajo. A mí Sergio Fernández me prohibió la entrada a La Moneda cuando volvió en 1987 [como ministro del Interior de Pinochet, para enfrentar el Plebiscito]. Igual era una prohibición que tampoco causó tanto efecto, porque no tenía cómo saber que seguía teniendo fuentes en La Moneda.
O. Sepúlveda: Tuvimos reuniones con ministros en La Moneda. Ellos tenían respeto por nuestro trabajo, más allá de que no compartieran la visión de nuestro diario. Nos tenían cautela y reserva, pero al mismo tiempo confianza. Probablemente preferían asumir el riesgo de hablar con nosotros para que su versión fuera recogida. Ellos también tenían que cubrir sus espaldas, porque era un periodo en que todo el mundo se movía muy sigilosamente. Era importante para un ministro de Pinochet dejar su versión para la historia. Era frecuente la gente que decía: “Mire, yo estuve aquí, pero en esto otro donde me han mencionado no estuve por tal y tal razón”. Aclarar los límites de la participación personal era bien típico.

¿Cuáles creen que eran las motivaciones que tenían autoridades del régimen para convertirse en fuentes del libro?

O. Sepúlveda: Querían ser escuchados. Nos decían algo así como: “Nos parece seria la forma en que están trabajando, sé que en algún momento van a tocar algún periodo en el que yo participé y quiero que escuchen mi versión, que no pretende ser la verdad, pero sí un aporte”.
M. Salazar: Hubo autoridades del régimen y gente muy cercana a Pinochet, que estuvo muy dispuesta a conversar, aunque sólo sobre algunas cosas. Porque hubo gente que puso esta condición: “Hablamos, pero sólo de esto, nada más que de esto”. Con el tiempo uno se da cuenta que en esa actitud había un cálculo: “Este gobierno se acaba y por lo tanto me tengo que acomodar a los cambios”.

¿Qué motivos tuvo Mónica Madariaga para hablar?

A. Cavallo: Mónica Madariaga venía bastante de vuelta. Peleó mucho con los militares cuando era ministra. A los almirantes les molestaba que fuera mujer. Incluso, cuando ella asumió en Justicia, el almirante Merino obligó al subsecretario, que era marino, a que renunciara, porque “a un marino no lo podía mandar una mujer”. Los generales de Ejército se cruzaron con ella cuando asumió en Educación y empezó una campaña interna y luego pública contra los rectores militares en las universidades. Una vez ella declaró: “Yo pedí que me dejaran dirigir un regimiento y todavía no me dan autorización”. Pinochet debió darse cuenta que ella se estaba convirtiendo en un problema.

PINOCHET: “A ESTOS CABROS LES FALTA LA MITAD”

¿Se percataron en el reporteo si Pinochet rastreaba las filtraciones a la prensa?

O. Sepúlveda: Yo creo que tenía sus métodos, aunque no inició ninguna persecución específica con nosotros, porque el libro también le interesó a él. Así me lo dijo un general: “Mi general empezó a leer los fascículos, dijo que estaba bien pero que a estos cabros les falta la mitad”.

¿Pidieron una entrevista con Pinochet?

O. Sepúlveda: A través de esa misma gente con la que hablábamos le pedimos entrevista, pero no resultó.

¿Qué ocurrió cuando aparece el primer capítulo?

A. Cavallo: Pensábamos que se cerrarían todas las fuentes. Sin embargo, ocurrió lo contrario. Cuando entre el segundo y tercer capítulo se percibió que era una obra cronológica, empezó un fenómeno. Había gente que nos llamaba para decirnos: “Cuando lleguen al ‘78 hablen conmigo”. Eso es algo totalmente normal, de reivindicación histórica. Un protagonista nunca quiere que la historia se escriba demasiado en contra suya. Y empezaron a entregarnos documentos, material que en general buscaba reivindicar la propia función de la fuente. Pero como mucho de ese material tenía información objetiva, nos servía.
O. Sepúlveda: Probablemente aportó el tono y la seriedad del trabajo. Además, en ese momento la gente sentía menos miedo de contar las cosas. Quizás cuatro años antes un proyecto así no hubiese tenido el mismo resultado.
M. Salazar: Hubo gente del régimen militar que inicialmente se mostraba reacia a colaborar, pero después del primer capítulo eso cambió. Era gente que de alguna manera quería abrirse un espacio, que suponía que La Época iba a tener un papel relevante en la transición. Muchos ya sospechaban a mitad del ‘88 que el plebiscito lo perderían y ya se estaban imaginando los escenarios políticos posteriores. Entonces, hubo gente del régimen y de la derecha que llamó para contar episodios pequeñitos, pero que eran útiles para calzar piezas mayores.

CONTRA EL TIEMPO Y A TRES MANOS

¿Cómo se editaban entre ustedes?

A. Cavallo: Nos repartíamos alternadamente la redacción de los capítulos semanales, para que a nadie le tocara publicar dos capítulos seguidos. Por esa razón técnica los temas están un poco alternados. La idea era que los otros dos revisaran, pero a la altura de los capítulos 12 ó 13 nos fue quedando menos tiempo para eso. A la altura de mayo o junio de 1988 estábamos en una crisis absoluta, despachando semana a semana cada capítulo.
O. Sepúlveda: Teníamos libertad para opinar todo sobre el capítulo del otro, rayando o aportando antecedentes si creíamos que faltaban. Nos entendíamos bastante bien.
M. Salazar: Uno escribía un capítulo y se lo pasaba a otro. Ese otro editaba, agregaba datos y se lo pasaba al tercero. Eso le dio a La Historia Oculta un estilo de narración particular, unificado, y también permitió profundizar ciertas aristas y eliminar otras.

Llama la atención el estilo visual del libro, que privilegia las escenas y la reconstrucción de diálogos por sobre el análisis.

O. Sepúlveda: Cuando cada uno se hizo cargo de escribir sus capítulos y luego cruzamos los borradores eso nos gustó y decidimos aplicarlo sistemáticamente. Nos parecía más entretenido que recurrir al tono del cientista político.
A. Cavallo: Grabábamos a nuestros entrevistados para no tener que tomar apuntes. Así se privilegiaba la reconstrucción de diálogos y escenas. Era la única forma posible de llegar a eso. En Chile tenemos una oralidad muy visual, muy rica para reconstruir diálogos y situaciones.

¿Cómo compatibilizaban la escritura con su labor en el diario?

O. Sepúlveda: Hacíamos la pauta del diario en la mañana y luego pensábamos en las entrevistas para la serie. Si surgían entrevistas largas yo, como editor político, me apoyaba mucho en mi sub-editor, Rafael Fuentealba. En esos días llegaba de vuelta a las siete de la tarde, para revisar la edición y decidir con Rafael los cambios para la edición nocturna. Entre las 10 y las 12 de la noche retomaba el libro, dependiendo de lo atrasado que estuviera. Como a la una de la mañana nos íbamos con Ascanio y Manuel a conversar sobre los capítulos siguientes, tomando alguna cerveza. Estuvimos un año completo en eso.
A. Cavallo: Escribíamos los capítulos en los computadores del diario, que tenían un sistema infernal. Primero, el servidor generaba un calor espantoso y había que mantenerlo en una pieza con hielo para que no se cayera. Segundo, no podías llevarte información para trabajar en la casa. Un viernes Oscar Sepúlveda estaba escribiendo un capítulo sobre la visita del Papa, que tenía que cerrar como plazo máximo el lunes a las seis de la tarde, para publicarlo el martes. Y ese viernes se cayó el sistema y se perdió todo. El lunes hubo que reescribir el capítulo. No alcanzamos a sintetizar. Esa es la explicación de por qué hay tres capítulos del Papa y no uno en la primera edición del libro. De hecho, la visita del Papa fue la única corrección a fondo que nos permitimos en ediciones posteriores: redujimos los tres capítulos originales a dos.

¿Cómo discriminaban qué información iba para el libro y cuál para el diario?

A. Cavallo: Cuando la serie comenzó a salir, en diciembre de 1987, los contenidos estaban muy distanciados de la coyuntura. Pero el capítulo sobre el plebiscito, que es el último, se publicó en diciembre de 1988, sólo dos meses después del triunfo del No. Entonces, en ese reporteo fuimos topándonos con información que servía para el diario. Por ejemplo, tuvimos la duda de hacer un reportaje para el diario sobre el papel clave del miembro del Tribunal Constitucional Eugenio Valenzuela Somarriva, un jurista de derecha, en las leyes políticas que permitieron que el plebiscito fuera una competencia limpia. Pero ese tema era demasiado académico para el diario. Al final, el rol de Valenzuela fue en el libro [en el capítulo penúltimo, La invisible trama del voto].
M. Salazar: Había gente del régimen militar que discrepaba de la campaña por el Sí y que nos habló mucho. El problema era si usar eso en el diario o en la serie. Además, debíamos tener cuidado de no ser utilizados. Creo que probablemente hay un cierto bajón en el aspecto dramático de La Historia Oculta a mediados del ’88, porque cada vez nos ocupaba más tiempo el diario y no era tan entretenido contar la trama legalista, de los decretos sobre el plebiscito. Había que hablar con expertos. A Ascanio Cavallo le gustaba más eso que a mí, pues yo pensaba que perdíamos masividad.

BUCEANDO EN LAS PUGNAS INTERNAS

¿Cuáles creen que fueron los grandes méritos del libro?

O. Sepúlveda: Transmitir el clima interno al interior del régimen militar, algo sorprendente para su tiempo. Fue valioso describir todas las disputas de Pinochet con sus propios colaboradores, con la propia junta de gobierno. Eso fue un aporte, porque en el mundo de la oposición había menos secretos. El cómo se formaba una organización sindical o cómo se organizaba una protesta, era menos impresionante que saber cómo había peleado Pinochet con el general Leigh.
M. Salazar: Hay algo súper importante para el momento en que salió la serie, pero que lamentablemente no fue recogido en las ediciones del libro: las fotos. Ahí hubo un aporte gráfico que resultó estremecedor. En el primer capítulo venían fotos del Estadio Nacional, con prisioneros desnudos. Había gente que no lo podía creer. Esas fotos están tomadas de un libro que se publicó en la RDA de un famoso documental. Y había también muchas fotos que eran desconocidas porque no se habían podido publicar en los medios. Oscar [Sepúlveda] consiguió la patente del vehículo que iba a usar Pinochet en Filipinas. Esa foto fue la que abrió el capítulo sobre el tema.

¿Cuáles son sus capítulos favoritos?

A. Cavallo: Me gusta mucho el capítulo de Filipinas [Filipinazo, capítulo 27], una historia que estaba completamente virgen y que quedó muy bien detallada y escrita. Otro es el que narra la destitución del general Leigh, que los propios militares me comentaron que tenía detalles impresionantes [La caída de Leigh, capítulo 22]. También me gustó el capítulo de la llegada del Papa [El Papa pisa Pudahuel, capítulo 49]. El capítulo sobre el plebiscito creo que está bien [5 de octubre, capítulo 53], porque fue la primera interpretación global del plebiscito, aunque a ratos se pierde en detalles obsesivos. De este último me acuerdo de la escena en que el ministro Fernández dice que el 43% logrado por Pinochet es un triunfo, y el general Fernando Matthei le pregunta “dónde está la champaña”. Esa escena apareció casi al mismo tiempo en La Época y en Qué Pasa, pero nadie había explicado en qué contexto fue, qué estaba pasando con Pinochet.
M. Salazar: Me gusta el primer capítulo [Los días del “poder total”]. Muestra lo que va a ser el libro, rompe con todo lo que se ha hecho hasta ese momento en prensa escrita y abre una ventana. En general, rescato los recursos literarios que usamos, que creo que tiene que ver con la experiencia de reporteo que echo mucho de menos en los periodistas de hoy. Cada uno de nosotros tuvo que hacer el servicio militar cinco años antes de que recién te pusieran una jineta. Hoy los periodistas jóvenes quieren hacer frentes de inmediato, y que les paguen bien o se van.
O. Sepúlveda: Me gustan los capítulos sobre el funcionamiento de la DINA [capítulos 5 y 14: Las cuatro letras del miedo y Dina: los años de gloria]. Después, los que narran la destitución del general Leigh y el Filipinazo.

¿Qué debilidades tiene el libro?

M. Salazar: Probablemente faltó profundizar en temas que tienen que ver con mis obsesiones personales. Temas como los derechos humanos, las negociaciones al interior de la izquierda, las relaciones del PC con la Unión Soviética y con Fidel, aunque quizás todo eso sea materia de otros libros.
A. Cavallo: Creo que el libro tiene un cierto desequilibrio estructural, lo que quizás tenga que ver con el método de trabajo, pero echo de menos un reporteo más profundo a los años 1974 y 1975, que cubrimos muy rápido. En cambio, 1978, 1981 y 1982 están muy detallados. También creo que por razones de urgencia renunciamos muy rápido a episodios que deberíamos haber profundizado, como la investigación sobre la muerte del niño Rodrigo Anfruns, que quedó como subcapítulo. Pudimos haber entrado más en eso; teníamos cómo hacerlo.
O. Sepúlveda: Una debilidad es cierto desorden cronológico, por los flashbacks. Lo que pasa es que esto no fue pensado en un principio como libro. No trabajamos un año entero como una unidad para después publicarlo. Y eso es un problema.

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“¿QUÉ CRESTAS ME ESTÁ PREGUNTANDO?” (Cavallo y el reporteo en democracia)

Ascanio, diez años después usted intentó una fórmula muy similar: otra serie por entregas, “La historia oculta de la transición”, que también acabó como libro.

A. Cavallo: Lo que pasó ahí fue la misma situación. En 1995 renuncié a La Época y me fui a revista Hoy. Pero para 1997 los dueños de Hoy estaban peleados entre sí y nadie aportaba capital. Como no teníamos ingresos, la única forma era aumentar la circulación con un gancho artificial. Nos decidimos por la fórmula de una nueva serie periodística por capítulos. El problema es que más adelante la negociación con el potencial comprador, en este caso Radio Cooperativa, se desplomó…

¿Qué diferencias tiene “La historia oculta de la transición” con “La historia oculta del régimen militar”?

A. Cavallo: Estábamos en una democracia bien secretista. Tal vez era más fácil que antes hablar del gobierno, pero estaba todo el tema de la convivencia con el mundo militar. De hecho, los capítulos que para mí son centrales tienen que ver con Punta Peuco, el Boinazo. La tesis de este libro es que la transición terminaba con la salida de Pinochet de la Comandancia en Jefe, porque él sustentó su poder no en la Presidencia de la República, sino en el Ejército. Algo que sostengo todavía. Por lo tanto, era un periodo que tenía un límite bien nítido: 1990-1998. Además, tenía mucho más clara la estructura de capítulos, qué temas había que tocar.

¿Qué diferencias hay entre esos dos libros y el que escribió entre uno y otro, “Los hombres de la transición”?

A. Cavallo: Los Hombres de la Transición es bastante más literario. En él traté de retratar a un grupo de personajes que se juntaba en el Congreso en marzo de 1990, cuando Pinochet le entregó la banda presidencial a Patricio Aylwin. Entonces, tenía que preocuparme de la trayectoria que cada uno había recorrido para llegar a esa circunstancia. El libro tenía que partir con Pinochet, la mañana en que tomaba el helicóptero a Valparaíso para entregar el mando. Y tenía que terminar con Pinochet entregando el mando. Ese era el plan original. El ministro Carlos Cáceres se fue en el mismo helicóptero y quedó sentado al lado de la primera dama, Lucía Hiriart, que le hablaba y le hablaba. Pinochet iba solo, pegado a una ventana, como meditando. Entonces me dije: “Esto me sirve para hacer el flashback”. Pero tenía que describir la ruta del helicóptero. Justo conseguí que Pinochet me recibiera para conversar. Y le pregunté:

-General, ese día el helicóptero ¿Por dónde salió?
-¿Cómo que por dónde salió?
-¿Por dónde se fue a Valparaíso?
-Por arriba…
-Sí, pero qué ruta tomó…
-Hacia arriba, pues ¿Qué crestas me está preguntando?
-La ruta que tomó el helicóptero…

Pinochet apretó un timbre y pensé que se había enojado y que me iba a echar. Llegó un ordenanza y Pinochet le dijo: “Mire, este es el señor Cavallo, mañana ponga un helicóptero y llévelo a Valparaíso porque no sé qué huevada me está preguntando”. Efectivamente, el aparato salía por una ruta rara, por el noroeste, en dirección a Quintero, donde están los cerros más bajos. Y luego se devuelve sobre el mar a Valparaíso. Y eso sólo fue una línea en el libro. Además, Pinochet iba apoyado en el vidrio porque tenía sueño.

La Historia Oculta de la Transición deja la idea de que parte del material se recolectó durante su paso por la dirección de Hoy ¿Es eso correcto?

A. Cavallo: No, la conclusión es más triste: Todos esos años escribí de política y me creía un tipo informado, pero cuando me puse a reportear de nuevo para ese libro me di cuenta que sólo me había enterado de un 30%. Por ejemplo, durante el reporteo de La Historia Oculta de la Transición una fuente me sopló que la manifestación de personal del Ejército vestido de civil en las afueras de la Cárcel de Punta de Peuco, en julio de 1995, no había tenido nada que ver con el encarcelamiento del general Manuel Contreras (R), quien estaba en ese penal. “Acuérdate que están los Pinocheques todavía dando vueltas”, me dijo la fuente. Yo no lo podía creer. ¡Era la tercera muestra de malestar del Ejército por los Pinocheques y ningún periodista se había dado cuenta! Empecé a reportear y encontré al general adecuado que me dijo que lo había llamado Lucía Hiriart para ordenarle que organizara una manifestación en Punta de Peuco, “porque Augustito está con problemas de nuevo con estos tipos”. Y me dio el detalle completo de cómo había sido toda esta trama [en el capítulo 28, El picnic de la segunda división]. O sea, en su momento no me enteré de algo tan escandaloso.

CRÉDITOS

Investigación de imágenes de archivo:
Oscar Castro y Cristián Roa
Edición de imágenes de archivo:
Cristián Roa

Fotografías e imágenes:

«La historia oculta del régimen militar», segunda edición, 1989.

Diario La Epoca, Hemeroteca Biblioteca Nacional de Chile.

Descripción de las imágenes en orden correlativo:
Descripción: “La calle Teatinos el 12 de septiembre: vigilancia y limpieza de calles”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 13).
Descripción: “La Moneda el 12 de septiembre”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 15).
Descripción: “Obispo Fernando Ariztía”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 101).
Descripción: “Pinochet dicta normas y plazos a la comisión de reforma constitucional. A su lado Mónica Madariaga y Enrique Ortúzar”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 241).
Descripción: “Mónica Madariaga”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 319).
Portada capítulo 5, “Las cuatro letras del miedo”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 41).
Portada capítulo 14, “DINA: los años de gloria”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 133).
Descripción: “Sergio de la Cuadra asume; contemplan Mendoza, De Castro, Danús y Carrasco”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 385).
Portada capítulo 3, “Fractura en el piso 22”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 25).
Portada capítulo 49, “El Papa pisa Pudahuel”. En diario La Época (01/11/1988).
Extracto del capítulo 3, “Fractura en el piso 22”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 32).
Imagen patente descrita en capítulo “Filipinazo”. En diario La Época (31/05/1988).
Portada capítulo 22, “La caída de Leigh”. En diario La Época (26/04/1988).
Portada capítulo 27, “Filipinazo”. En diario La Época (31/05/1988).
Portada capítulo 49, “El Papa pisa Pudahuel”. En diario La Época (01/11/1988).
Portada capítulo 53, “5 de octubre”. En diario La Época (29/11/1988).
Portada capítulo 1, “Los días del ‘poder total’”. En diario La Época (01/12/1987).
Portada capítulo 5, “Las cuatro letras del miedo”. En diario La Época (29/12/1987).
Portada capítulo 14, “DINA: los años de gloria”. En diario La Época (01/03/1988).
Afiche promocional publicado en diario La Época (26/11/1987).

Operación Retorno del MIR: Más de 100 documentos y fotografías componen nueva colección del Archivo Digital de Londres 38

Operación Retorno del MIR: Más de 100 documentos y fotografías componen nueva colección del Archivo Digital de Londres 38

Publicado el 15 de agosto de 2023

Hoy, 15 de agosto, al cumplirse 58 años de la fundación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR; en Londres 38, espacio de memorias, nos emociona anunciar el lanzamiento de la Colección Operación Retorno, la que se incorpora a nuestro Archivo Digital. Se trata de 107 archivos (29 documentos y 78 fotografías) vinculados al proceso de retorno a Chile de militantes del MIR.

¿Qué fue la «Operación Retorno»?

Fue una estrategia llevada a cabo por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, que tuvo lugar desde 1979 y que también fue conocida como «Plan 78», con el objetivo de recomponer la estructura mirista -gravemente desmantelada por la represión desatada tras el golpe de Estado- buscando consolidar una guerrilla para derrocar la dictadura encabezada por Augusto Pinochet.

Esta, implicaba el regreso clandestino a Chile de militantes del MIR, que se habían preparado militarmente en países como Cuba, Vietnam o Argelia, entre otros. La decisión de impulsar la política de retorno se fundamentó en la identificación, desde fines de 1977, de una nueva etapa de la «lucha de clases nacional». En las resoluciones del Pleno anual del Comité Central del MIR del año 1978, se la caracterizaba como «un cambio significativo en la correlación de fuerzas entre las clases fundamentales, dentro de los marcos del periodo contrarrevolucionario en curso. Dicho cambio posibilita la recuperación de la iniciativa política y la capacidad de ofensiva de la clase obrera y las masas populares, pero no permite aún la confrontación decisiva con el régimen».

En palabras de Guillermo Rodríguez, ex preso político y militante del MIR retornado a Chile, el objetivo de la Operación Retorno era «avanzar hacia una creciente acumulación de fuerza social, política y militar que nos permitiera a largo plazo derrotar a la dictadura desde abajo y establecer un Gobierno Democrático, Popular y Revolucionario, (…) combinando las acciones clandestinas con el impulso de la lucha abierta, ofensiva y directa1.

Para Lucía Sepúlveda, periodista y dirigente del MIR durante la dictadura, la Operación Retorno «fue una contribución bien importante del MIR a la lucha de resistencia y bastante desconocida, porque refleja esa voluntad de los militantes y de compañeros para reintegrarse a Chile después de haber estado presos, y vivir en el exilio y haber generado otras vidas, pero ellos, de todas maneras, quisieron volver a luchar en lo que llamábamos el frente. El frente era Chile, el frente de lucha (…). Entonces, en distintos años y para distintas tareas, fueron llegando compañeros que venían clandestinamente a Chile, la mayoría clandestinos, después también llegaron algunos para tareas abiertas, como por ejemplo, mi colega Pepe Carrasco, de un gran legado también»2.

Con el retorno de militantes, el MIR buscaba, entre otros objetivos, fortalecer los procesos de construcción partidaria y fuerza social organizada, el despliegue de la propaganda armada en las ciudades, preparar las condiciones para el desarrollo de frentes guerrilleros en la cordillera de Nahuelbuta y Neltume, así como fortalecer e impulsar la organización y acciones de resistencia a la dictadura a lo largo del país.

Colección Operación Retorno en Londres 38

La colección contiene una cantidad acotada de documentos, particularmente de los compañeros que integraron el Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro que se internó en las montañas de Neltume entre 1980 y 1981, y que concluyó con la detención, desaparición o asesinato de la mayoría de sus integrantes.

El fondo se compone de tres secciones:

Estas secciones se dividen en subsecciones, que contienen documentos y fotografías de militantes, sus documentos de viaje, otros vinculados a las distintas técnicas para la vida en clandestinidad, y a la instrucción política militar que recibieron las y los militantes para el ingreso -generalmente ilegal- a Chile, documentos internos del MIR sobre el plan de retorno y fotografías de actividades conmemorativas en homenaje a los miembros asesinados posteriormente por la dictadura, en ese periodo.

Proceso de entrega de documentos a las y los familiares

La mayoría de los documentos que forman la colección fueron recibidos por Londres dentro de la donación de Manuel Cabieses, Director de la revista Punto Final, a fin de poner en valor estos documentos y la historia que portan una porción de ellos fueron agrupados junto a otras donaciones para difundir y poner en valor lo que fue la llamada Operación Retorno o Plan 78 del MIR. En la etapa de investigación, para contextualizar la documentación y reconocer que se trataba de registros originales, la decisión fue contactar a familiares de las personas a las que pertenecían.

A la fecha, se han realizado cinco encuentros presenciales, instancias cargadas de emociones en las que y conversación sobre el origen de los documentos, la forma en que fueron recibidos por nuestra organización y como fueron dando forma a la Colección, los criterios usados, así como la invitación a que puedan revisar, comentar, corregir o agregar información y nuevos documentos que quisieran compartir.

En espacios íntimos, movilizando memorias e intercambiando recuerdos, han recibido fotografías, certificados o pasaportes las familias de: Dagoberto Cortés, José AmigoJuan Olivares, Mario Lagos, Mario MujicaPróspero GuzmánRaúl Obregón y Sergio Peña. La labor desarrollada es un proceso abierto, tanto a seguir entregando documentos, a recibir y poner a disposición nuevos registros, como a activar su uso y apropiación.

Muchas gracias a todas y a todos quienes han hecho posible la valiosa Colección Operación Retorno, disponible pública y libremente en el Archivo Digital de Londres 38.


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1. Entrevista a Guillermo Rodríguez, disponible en el Archivo digital de Londres 38

2. Entrevista a Lucía Sepúlveda, disponible en Archivo digital de Londres 38

Hij@s del Exilio. Doble Castigo

Doble Castigo: Los Hijos del Destierro

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por Leonor Quinteros Ochoa (*).

La conducción de vida de la mayoría de las personas se caracteriza principalmente por rutinas diarias, que le conceden al diario vivir estabilidad y permanencia.


Cuando los seres humanos son puesto bajo presión frente a catástrofes naturales, sociales, económicas o políticas, deben dejar el ambiente que les es familiar para internarse en contextos sociales desconocidos. Se quiebran las rutinas y se debe hacer esfuerzos por adaptarse a nuevos modelos de gestión de la vida familiar. Un ejemplo de aquello es el destino de las familias chilenas, que tuvieron que dejar el país forzadamente tras el golpe de estado en Chile.

Las dificultades que trae consigo llevar una vida en un país desconocido y extraño se han detallado en varios relatos autobiográficos y estudios académicos. Sin embargo, la mirada se centra principalmente en los individuos, en su mayoría hombres. El destino de los demás miembros de la familia no ha sido considerado con mayor profundidad.

En el siguiente estudio se ofrecen los resultados de una investigación sobre las familias exiliadas en Alemania (tanto en la República Democrática Alemana como en la Alemania Federal), con especial énfasis en la compleja situación biográfica de los hijos e hijas de los chilenos y chilenas exiliadas (1).

Gestión de vida durante el exilio en Alemania

Tras el golpe de estado el 11 de septiembre de 1973 del general Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, comienza para muchos chilenos una dolorosa partida al exilio. Se estima que desde 1973 a 1989 tuvieron que dejar por fuerza mayor el país alrededor de 1.600.000 personas.

Más de la mitad de los exiliados tenían entre 25 y 35 años y estaban casados (Norambuena 2000). Muchas familias se fueron juntos al exilio, lo que lleva a Gaillard (1992) a definir el exilio chileno como un “exilio familiar“.

Los entrevistados que vivieron el golpe de estado a temprana edad recuerdan el evento como un episodio traumático. Muchos pasaron por la experiencia de traición, abandono e incluso robo de bienes familiares de parte de otros miembros de la familia y vecinos. Fue también el inicio de una larga separación con los abuelos, amigos de infancia y otros miembros de la familia que previo al golpe eran cercanos.

Comienza un largo viaje para estas jóvenes familias, sin saber qué podría pasar en un futuro lejano y cercano. Se fueron llevando lo que podían cargar, y dependieron en gran medida de la ayuda de los grupos de solidaridad por Chile en Alemania, del Estado alemán, y de organismos internacionales como la ACNUR.

Los modelos de vida conocidos y familiares ya no existen en Alemania. Con dificultad logran los jóvenes padres y madres desarrollar una vida familiar estable. Muchos adultos sufren las consecuencias psicológicas del desarraigo, y concentran toda su energía en la idea de un pronto regreso; cuestión que también influye en el desgano y apatía en aprender el idioma alemán.

De esta “falta de habla” de los padres exiliados, resulta también una “pérdida de orientación” en el extranjero (Schimpf-Herken 1992).

De a poco se van integrando las madres y padres chilenos exiliados en Alemania. Estudian, trabajan o se dedican a las labores del hogar. Muchas madres exiliadas deben enfrentar una doble carga: Dado a la impronta cultural de roles de género se hacen cargo de las labores del hogar y trabajan remuneradamente en diferentes lugares.

Sin el apoyo de las redes y familia extendida chilena, muchas mujeres sufren depresión y estrés (Rebolledo 2003; Maurin 2005: 350-353). Debido a la fuerte orientación psicológica y social hacia el regreso a Chile, había una tercera actividad que demandó trabajo y dedicación: la continuación de las actividades políticas en el exilio.

Se organizan toda clase de eventos sociales y políticos tanto dentro y fuera de Alemania, para continuar la lucha contra la dictadura en Chile. Sobre todo los hombres dedican gran parte de su tiempo a estos eventos; muchos de los entrevistados confiesan haber visto muy poco a sus papás en la vida familiar cotidiana.

Debido a todas las actividades de los padres y de las madres, los hijos e hijas se educan y desarrollan en Alemania con bastante libertad e independencia. Aprovechan todas las ofertas que ofrece el Estado alemán: asisten regularmente a colegios, guarderías, eventos infantiles y excursiones. Muchos pasan largas horas junto con otros niños y otras familias.

Martin lo explica de la siguiente manera:

“Apenas veía a mis viejos por sus actividades políticas, prácticamente sólo los fines de semana, mis padres descansaron en el Estado“.

Las competencias y habilidades sociales de los hijos e hijas se transformaron en un factor de gran importancia dentro de la familia. Se convirtieron en protectores y lobistas para sus padres y hermanos menores. Les explican y aclaran a los padres los códigos culturales alemanes, los acompañan hacer trámites, al supermercado, al médico, son traductores de sus padres en los colegios, con los vecinos alemanes, con las autoridades.

Traducen textos políticos y se hacen parte de las actividades e ideas políticas de sus padres.

De este modo los hijos e hijas de los exiliados chilenos ejercen un rol central y activo en la gestión de vida de las familias exiliadas. Se integran muy bien y rápidamente en Alemania (Espina/Sanhueza 2014), y obtienen pronto una autonomía relativa en la vida cotidiana alemana.

Su rápida adaptación los convierte en creadores de su propia autonomía. De ahí que no es extraño corroborar que efectivamente, el tiempo en el exilio es evaluado positivamente por los entrevistados. Años más tarde, ya en Chile, recuerdan sin excepción con nostalgia y mucho cariño su infancia en Alemania.

La relación con la familia extendida chilena

Uno de los objetivos afectivos más importantes durante el exilio fue el mantener un vínculo con la familia extendida chilena, a pesar de la distancia. Antes del golpe de estado, la familia cumplía un rol social y cultural relevante en el desarrollo de la vida cotidiana (Rebolledo: 2005).

Muchas decisiones y procesos de vida familiar se realizan y se acuerdan en conjunto con la familia extendida. Para mantener el amor y el espíritu de la “gran familia chilena“, se realizan una serie de actividades cotidianas durante el exilio: cartas, postales paquetes con productos chilenos, envío de casetes con la voz de los abuelos, primos y amigos entre otros.

Es así como los hijos e hijas desarrollan un imaginario panegírico social y cultural sobre Chile y su familia.

Sin embargo, estos actos simbólicos no suplen la pérdida de la convivencia diaria con la familia extendida. Como los otros miembros de la familia no viven en el exilio, sino que en Chile, se les hace necesario a los hijos e hijas el crear una familia “de repuesto” durante el exilio.

Los entrevistados hablan de tíos, tías, y sobre todo, abuelas y abuelos que no son parientes sanguíneos directos, pero que en la práctica cotidiana asumen tareas familiares, apoyando así la estadía durante el exilio de toda la familia chilena.

Cualquiera puede ser potencialmente un “familiar de repuesto“; sólo debe existir un vínculo, cercanía y sobre todo, vida cotidiana. Vecinos alemanes, amigos y amigas de los padres exiliados, también otros chilenos o latinoamericanos. Marco afirma al respecto:

“Yo pienso que todos los que vivieron con nosotros en Alemania y que estaban para nosotros, eran nuestra familia. Todos”.

Los límites entre familia y otras comunidades se desvanecen de este modo, así como la gestión de vida familiar y no-familiar. La principal razón por establecer una “familia de repuesto” es la necesidad afectiva, pero también se transforma en una importante fuente de confianza y conocimiento sobre costumbres alemanas y/o latinoamericanas.

Los entrevistados afirman haber tomado la iniciativa. Están convencidos que fueron protagonistas en la creación de estos nuevos lazos familiares. Tanja lo explica de la siguiente manera:

“No estoy segura si realmente extrañé a mis abuelos en Chile, o que me hicieron falta. Nunca sentí que los echaba de menos, porque en barrio donde vivía había mucha gente viejita (…) yo tomé la iniciativa, me refiero a adoptar a una abuela y un abuelo. Yo adopté… así lo digo, ¿me entiendes? Nunca fuimos niños débiles en el exilio. “

Expresiones similares realizan otros entrevistados. El acto de adoptar se relaciona normalmente con una actividad que realizan personas adultas; sin embargo, los hijos e hijas del exilio califican esta actividad como una capacidad de producción propia, y de la cual se sienten orgullosos.

Se puede distinguir con claridad que los hijos e hijas tuvieron un rol central para la gestión de vida familiar en el exilio. La capacidad de adaptación e integración en la sociedad alemana fueron imprescindibles para una vida cotidiana estable y una transformación exitosa en la gestión de vida durante el exilio.

Sin embargo, tal éxito no se observa al regresar a Chile, como se expondrá a continuación.

La experiencia del regreso a Chile

En 1983 se le permite oficialmente el regreso a un grupo de exiliados, y una vez finalizada la dictadura militar regresa en 1989 una gran parte de los exiliados a Chile.

Muchas esperanzas se truncan al volver a un Chile prácticamente desconocido y cambiado, y la reintegración se ve dificultada por problemas económicos y sociales. (Pinto 2013; Maureira 2014).

La ética matrimonial “juntos en el exilio” pierde sentido en Chile y muchos padres y madres exiliadas se separan en suelo chileno. Los conflictos familiares, las dificultades económicas aumentan; pero a pesar de todo aquello, aun así el regreso significó para la mayoría de los padres y madres un alivio, pues terminaban años de desarraigo, nostalgia y lejanía con la familia y seres queridos.

Sin embargo, el regreso se desarrolla de una manera diferente en las biografías de los hijos e hijas de exiliados chilenos. Comienza el exilio de los hijos e hijas, al abandonar Alemania, el lugar donde se habían educado y formado sus primeras amistades y vínculos significativos.

Muchas veces contra la voluntad de los adolescentes, niños y niñas, se abandonan amigos y las familias “de repuesto” de un día a otro.

El quiebre radical que sufrieran los padres al partir al destierro se repite nuevamente, esta vez, sobre todo para los hijos e hijas de los exiliados. Hasta el día de hoy, la mayoría de los entrevistados recuerda el regreso a Chile como una experiencia difícil y dolorosa.

Describen el regreso sobre todo como una experiencia de pérdida: se pierde el contexto social familiar, se pierden vínculos con seres queridos; grupos de amigos, tan importante en la adolescencia; y deben hacer esfuerzos por cambiar o erradicar competencias y habilidades aprendidas, puesto que en Chile, éstas pierden sentido cultural y social.

Los hijos e hijas regresan o “llegan” a Chile con un nivel de español deficiente o nulo, no conocen los códigos culturales chilenos. Muchos nacieron en Alemania y nunca tuvieron un contacto significativo con Chile, su cultura y gente.

La autonomía que vivían en Alemania se pierde: ahora, en edad adolescente o pre-adolescente dependen de la ayuda de terceros para adaptarse a Chile, y sólo cuentan con sus padres; pues el resto de las personas sólo las conocen por cartas o fotografías.

Necesitan el apoyo de sus padres, que están viviendo sus propias crisis debido al regreso a un Chile nuevo, que poco tiene que ver con el país que dejaron años atrás. No todos los padres retornados están en condiciones psicológicas, sociales y económicas para atender a sus hijos e hijas, pues viven sus propios problemas de adaptación.

Los hijos e hijas comienzan a sentirse solos e incomprendidos

En Alemania los hijos e hijas crecieron imaginando Chile a través de vivas fantasías. Chile un país dictatorial y cruel, pero también con una idílica naturaleza, cultura y convivencia familiar (Jedlicki 2014).

Una entrevistada, Dominique conceptualiza la nostalgia vivida durante el exilio como un “romanticismo de cordillera“.

Desde el punto de vista social, las expectativas relacionadas con este imaginario no se cumplieron con el regreso. La familia extendida no coincide con el imaginario infantil creado durante el exilio. Los entrevistados se encuentran con familiares que eran abiertamente pinochetistas o de derecha, y que se molestan por la forma de vestirse, de hablar y comportarse de los niños y adolescentes recién llegados.

Se les exige a los entrevistados comportarse y hablar como “chilenos“.

Esta exigencia, directa o a veces sutil y encubierta es considerada dolorosa por la mayoría de los entrevistados. Todavía en plena dictadura, muchos padres retornados les exigen a sus hijos ocultar su estadía en Alemania y negar que estuvieron en el exilio, por temor a represalias, especialmente los hijos e hijas que vivieron en la RDA.

A otros entrevistados se les exige dejar de hablar alemán, “porque son chilenos“y a comportarse como tales. Muchos entrevistados recuerdan haber sufrido burlas de parte de familiares y compañeros de colegio por su modo de hablar y de vestirse.

Esta situación lleva a tensiones y conflictos dentro de la familia; y muchos hijos e hijas optan por alejarse de la familia extendida chilena y refugiarse en el amor hacia su madre y padre, únicos testigos de su estadía en el exilio y de su infancia en Alemania. Otros entrevistados mantienen hoy contacto con su familia extendida, pero reconocen no sentir vínculos emocionales muy fuertes o significativos.

De modo que tras el regreso no es posible reactivar automáticamente las relaciones familiares extendidas, y la construcción de una gestión de vida familiar extendida no siempre resulta posible; todo esto a pesar de los esfuerzos por mantener los lazos afectivos con la familia chilena durante el exilio.

Por lo tanto, el vínculo sanguíneo familiar por sí mismo no lleva a una reintegración y establecimientos de vínculos afectivos per se. Las partes familiares realizaron su gestión de vida separados, alejados; y tras el regreso no se pudo compensar esta ausencia de manera automática.

La gestión de vida individual y familiar de toda la composición familiar no pudieron ser unidas sólo por estar basadas en “lazos sanguíneos“.

Tras el regreso aumentan los problemas de identidad y la dificultad para adaptarse en la vida cotidiana chilena. Prácticamente todos los entrevistados usan la misma palabra para expresar este sentimiento: el sentirse “raros“o “extraterrestres“ en relación a su familia chilena.

Tras algún período de fallidos intentos por adaptarse a Chile, muchos deciden regresar a Alemania, y optan por un quiebre radical con la familia chilena. Otros permanecen en Chile, pero sólo logran una adaptación relativa tras mucho esfuerzo. Una integración satisfactoria, desde el punto de vista subjetivo, no se logra cumplir en la mayoría de los entrevistados. Casi todos siempre tienen en mente la posibilidad de emigrar de Chile, o emprender una nueva vida en otro lugar.

Muchos hijos e hijas de exiliados chilenos en Alemania llevan heridas profundas y difíciles de describir por ellos mismos. Dieciocho entrevistados llevan años de tratamiento psicológico. Sus diagnósticos son diversos: depresión, síndrome de ansiedad, síndrome de Ulises entre otros.

Algunos son tratados con psicotrópicos para combatir estados de depresión, en otros se constata un consumo regular a intensivo de marihuana. Un tercio de los entrevistados sufre o sufrió una enfermedad autoinmune, que adquirieron de niños o adolescentes tras el regreso a Chile. Un claro reflejo de las dificultades por adaptarse a una vida normal en Chile.

Esta situación coincide con los estudios del PIDEE en los años 80 en Chile, donde se pudo constatar que existían hijos e hijas de retornados chilenos que sufrían de enfermedades psicosomáticas y depresión infantil y adolescente (Baeza 1989).

Dominique, quien falleció debido al Lupus, una enfermedad autoinmune me explica su experiencia llorando:

“Es un sentimiento de sobrevivencia. Hice de todo, traté hacer de todo para adaptarme (…) Intenté todo lo posible (…) En algún momento sentí que ya no me iba a adaptar, sufro un quiebre emocional, y comienza mi enfermedad. Porque te sientes sola en la familia, incomprendida, extraterrestre”.

Dominique no logra activar el sentido de una gestión de vida funcional en Chile tras el regreso. Fallece en marzo de 2018 en Santiago debido a las consecuencias del destierro. En el presente artículo quiero recordarla (2).

Experiencias similares, sin consecuencias tan nefastas sufren o sufrieron muchos entrevistados. Reflexionan a menudo cómo habría sido su vida sin exilio, cómo habría sido vivir una identidad chilena si no hubiese habido un golpe de Estado, cómo habría sido una infancia en Chile, junto a todos los miembros familiares.

Su lenguaje y pensamiento es de tipo condicional, y esto se aprecia al revisar el uso del lenguaje de los entrevistados al momento de la entrevista. Sin embargo, también hay otros entrevistados que entienden su “rareza” como un factor positivo.

Se definen como personas cosmopolitas e independientes. La experiencia de haber creado una familia “adoptiva” en el exilio los lleva a una definición de familia no-tradicional. Casi todos los entrevistados ejercen actividades solidarias, culturales y políticas a través de sus profesiones y oficios. Alejandra lo explica de la siguiente manera:

“Creo que todos nosotros, sin importar donde estemos, en nuestros trabajos y profesiones (…) somos sujetos pensantes, críticos, y educamos hijos valiosos, multiculturales, que serán un aporte para la sociedad (…). Aprendimos a ser siempre solidarios, de ayudar, de hacer un aporte, sin importar donde estemos“.

A pesar de las experiencias dolorosas del destierro y la negación del derecho de vivir, crecer y educarse junto a la familia chilena, los entrevistados no niegan la experiencia vivida; es reconocido y se asume plenamente por todos los entrevistados.

La identidad cosmopolita de los hijos e hijas de exiliados traspasa los límites de las fronteras y de los lazos sanguíneos.

En perspectiva

Los estudios recientes sobre gestión de vida se han basado en modelos estables y demarcados. Se han invisibilizado los desafíos relacionados con cambios extremos productos de la migración y el exilio.

El estudio aquí presentado se basa en los testimonios de hijos e hijas de exiliados chilenos que vivieron entre 10 y 15 años en Alemania (RFA y RDA), donde pasaron toda su infancia.

El estudio logra demostrar, que los niños desarrollan durante el exilio capacidades que han sido subestimadas; pues apoyaron activamente la gestión de vida familiar durante el exilio, colaborando así con la formación de una nueva vida familiar en el destierro.

Asimismo, por su capacidad de crear lazos con familias “de repuesto“ al “adoptar“ activamente adultos alemanes y latinoamericanos, contribuyeron en la creación de una familia extendida en el exilio, más allá de los lazos sanguíneos.

Se puede agregar, que la inserción en la vida cotidiana alemana fue facilitada por el apoyo incondicional de los grupos de solidaridad por Chile en dichos países. Hasta hoy los contactos y el afecto continúan.

El apoyo recibido es recordado positivamente por los hijos e hijas del exilio, lo que también explica la importancia de una política actual de una “cultura de bienvenida” en el manejo de refugiados en Europa. Demuestra los efectos positivos para las familias refugiadas a largo plazo.

(*) Socióloga Mg. en Teoría Social, Universidad Arturo Prat, Iquique, Chile. La autora vivió su infancia en la RFA, desde 1977 a 1985 en la ciudad de Tubinga. Su padre fue liberado de la prisión perpetua gracias a la acción solidaria del filósofo alemán Ernst Bloch.

Artículo publicado por la revista alemana “Zeitpolitisches Magazin”, julio 2018.

Fuente: Alainet

Notas:

1. El estudio se realizó en una estadía de seis meses en el Instituto de la Juventud en Múnich en 2017 (DJI) bajo guía de la Dr. Karin Jurczyk. El estudio se basa en 19 entrevistas retrospectivas de hijos e hijas de exiliados chilenos, que nacieron en Alemania occidental y oriental, o que llegaron antes de los 10 años de edad a esos países tras el golpe de estado de 1973. Hoy viven en Alemania o en Chile, respectivamente. Las entrevistas se realizaron tanto en Chile como en Alemania y se analizó su contenido bajo la perspectiva teórica „Doing Family“ (Jurczyk/Lange/Thiessen 2014).

2. Dominique fue gestora de la fundación del grupo de hijas e hijos del exilio, un foro de hijos e hijas de exiliados chilenos, quienes hoy se constituyeron como ONG hace algunos meses atrás. (https://www.facebook.com/groups/1463165160415970/).

Bibliografía

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Jedlicki, Fanny (2014): Los hijos del retorno chileno: presos de la memoria familiar del exilio, ausentes de la historia. Coloquio internacional Memoria histórica, democracia y derechos humanos. Universidad de Concepción, Chile.

Jurczyk, Karin/Lange, Andreas/Thiessen, Barbara (Hrsg.) (2014): Doing Family. Warum Familienleben heute nicht mehr selbstverständlich ist. Weinheim: Beltz Juventa.

Maureira, Gloria (2015): Retorno: La memoria en la piel in El arte de narrar en la construcción de memoria, niñas, niños y jóvenes en el exilio. Santiago de Chile: Edit. Verdejo, Maureira, Fundación PIDEE.

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Pinto Luna, Candelaria del Carmen (2013): Los hijos de los exiliados vuelven a Chile: Dilemas y desafíos para la integración memoria e identidad. Tesis presentada para obtención de grado de magister, Universidad Nacional de la Plata, Argentina. http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar.

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Voß, G. Günter / Weihrich, Margit (Hg.): Tagaus tagein. Neue Beiträge zur Soziologie alltäglicher Lebensführung. München und Mering: Rainer Hampp Verlag.

Comparación y evaluación en estudios de memoria.

Durante gran parte del mes pasado, he estado revisando las presentaciones para el primer Premio al Libro de la Memory Studies Association (MSA). Este año marca el inicio de una colaboración más estrecha entre esta revista Memory Studies y MSA, que incluye un número especial dedicado editado por miembros de la asociación. Esperamos que este sea un gran paso hacia adelante para mejorar la reflexión y el debate crítico sobre la naturaleza del campo y el trabajo académico que abarca, basándose en los intercambios animados que han sido una característica de la revista desde su lanzamiento en 2008.

Leer una selección de algunos de los trabajos emergentes más emocionantes en el área me ha dejado algunas reflexiones propias. Sin entrar en los detalles de las presentaciones individuales, el ganador del premio se dará a conocer en la conferencia de MSA en Madrid en junio de 2019, es evidente que, como campo, los Estudios de la Memoria tienen la suerte de contar con una impresionante gama de académicos de carrera temprana, que muestran una combinación de agudeza analítica e investigación creativa que muestra una gran promesa para el desarrollo futuro del campo. Además, la diversidad de temas y sitios de estudio son realmente impresionantes en su alcance internacional. Si bien la revista y MSA han sido predominantemente europeas y norteamericanas en membresía y contribuyentes, estas presentaciones muestran que se está produciendo un cambio hacia una relación diferente entre lo global y lo regional.

Dicho esto, al leer las presentaciones, uno se sorprende con la especificidad de la mayoría del trabajo, que normalmente se centra en un sitio nacional o regional en particular. Esto debe ser bienvenido, por supuesto, particularmente en los casos en que agrega elementos faltantes al mosaico de conocimiento de prácticas de memoria en entornos socioculturales y da voz a grupos subrepresentados. Sin embargo, plantea la cuestión de cómo juzgar la contribución hecha al campo como un todo por cada trabajo individual en ausencia de un comparador comúnmente acordado.

Una solución es recurrir a los estándares de cada disciplina contribuyente: historia, estudios de medios, sociología, psicología, etc. Si bien esto ayudaría a aclarar los méritos particulares de cada trabajo en sus propios términos, desplaza aún más el problema de la comparación, ya que la demostración de experiencia opera de diferentes maneras en todas las disciplinas. Dicho crudamente, las tendencias divergen entre la búsqueda del dominio del conocimiento de un período o práctica socio histórica particular, o de un cuerpo particular de debate teórico, o de un paradigma metodológico específico. Cada disciplina tiene su propia combinación de estas tendencias, pero tiende a poner un valor particular en una sobre las otras. Esto hace que las comparaciones listas entre disciplinas sean casi imposibles.

Para un campo verdaderamente interdisciplinario como los Estudios de la Memoria, superar el peso del pasado en la forma de disciplinas que contribuyen es una tarea importante. Si todavía estamos debatiendo la conveniencia de utilizar un concepto de casi 100 años de antigüedad como el de la «memoria colectiva» de Halbwachs, entonces es improbable cualquier avance repentino en el pensamiento. En parte, esto está ligado a una necesidad sentida de establecer definiciones comunes de la naturaleza de la memoria para aclarar las formas específicas en que las diferentes perspectivas contribuyen al campo en general. Pero esta idea de que el acuerdo en términos comunes es un precursor necesario para el desarrollo de un área está en desacuerdo con la comprensión contemporánea de la interdisciplinariedad (por ejemplo, Nowotny et al., 2001).), que enfatizan los factores sociales externos como motores de la investigación

Las partes interesadas y los financiadores a quienes, en última instancia, somos responsables, les importa más lo que podemos hacer con un concepto como ‘memoria colectiva’ en lugar del lugar que podría ocupar en última instancia en el firmamento teórico de los Estudios de la Memoria. Además, como sostienen sostienen Barry y Born (2013) , la retórica actual en torno a la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad a veces puede enmascarar hasta qué punto el trabajo emblemático reivindicado por disciplinas individuales fue en sí mismo el producto del compromiso interdisciplinario. Bartlett’s (1932) 

Recordando Es un excelente ejemplo aquí: un texto fundacional en la historia de la psicología que es, en realidad, un diálogo de múltiples capas con la antropología social. El olvido de los aspectos interdisciplinarios de la historia de una disciplina resulta en una sobre-reificación de sus modos de investigación y tradiciones.

No estoy sugiriendo que imaginemos un futuro post-disciplinario, donde la «memoria» y las formas en que podría estudiarse están totalmente en juego. Más bien, esa interdisciplinariedad aquí plantea dos cuestiones estrechamente vinculadas. El primero es el estado de las discusiones teóricas en ausencia de distinciones conceptuales claramente elaboradas y el exceso relativo de material empírico potencial al que recurrir. El segundo es el papel de la comparación como herramienta intelectual en relación con los diversos tipos de «datos» y, en última instancia, las diferentes prácticas académicas.

El ejemplo de Antropología Social es útil aquí. La reputación académica en esta disciplina proviene en parte de un vínculo cercano a un sitio de campo específico, que puede estar cerca o lejos de la ubicación institucional del investigador. Mantener una fidelidad al campo y, en particular, a los informantes de confianza, es un signo de calidad, por lo que los investigadores destacados son tan conocidos por quiénes han investigado como por lo que han investigado.En realidad han dicho sobre ellos.

 Hacer teoría en Antropología Social implica, entonces, no tanto la aplicación de un conjunto de categorías preexistentes a la investigación, sino más bien un esfuerzo sostenido para explorar cómo el mundo conceptual del campo en el que el investigador se habita puede ser yuxtapuesto con las tradiciones. de su disciplina. Por ejemplo, el largo trabajo de décadas de Marilyn Strathern en Melanesia le informa directamente sobre su reconceptualización de lo que las categorías de «persona» y «relación» podrían significar para la Antropología Social (ver Strathern, 2005).). De manera similar, el paradigma «multinatural» asociado con Eduardo Viveiros de Castro, que sostiene que la «naturaleza» puede considerarse como construida, mientras que la «cultura» se considera relativamente estable, desestabilizando así las claras distinciones entre naturaleza y cultura, surge de un compromiso prolongado con los amerindios. perspectivas (ver Viveiros de Castro, 2016 ).

La comparación también tiene un lugar único en la antropología social. Cualquier acto de comparación se basa en un conjunto anterior de categorías y relaciones que proponen posibles similitudes y diferencias que constituyen «me gusta». La capacitación en una disciplina dada implica aprender estas categorías y relaciones de manera que se conviertan en una sensibilidad, una cuestión de qué sabe bien y qué no. El desafío interdisciplinario de que se les pida que consideren un concepto diferente de memoria o forma de evidencia puede sentirse más bien como que se les sirva comida aparentemente no comestible. Debido a que la naturaleza misma de la realización de investigaciones en Antropología Social implica cierto grado de trabajo comparativo en entornos culturales, la comparación se considera como una práctica digna de investigación en sí misma.Bill Maurer (2005) ha promovido la opinión de que hacer comparaciones inesperadas o experimentales apuntalan un «razonamiento lateral» que puede producir ideas novedosas. En todos los casos, el hecho de hacer comparaciones o estudiar cómo hacen las comparaciones los demás es una forma de pensar en lugar de ser simplemente un ejercicio de aplicar lo que ya se conoce (ver Deville et al., 2016 ).

En Estudios de la memoria, tenemos una multitud de teorías diferentes y enfoques diferentes sobre qué es la teoría y cómo se formaliza. Esta falta de un vocabulario general claramente hace que para algunas conversaciones difíciles. Pero también tenemos grupos y entornos muy específicos con los que trabajamos. Deben ser parte de la conversación. Cuando los conceptos se basan adecuadamente en las relaciones y el universo conceptual de una forma particular de vida, dejan de ser materia de especulación abstracta y se convierten en instancias de una perspectiva vivida. Discutir un concepto sobre esta base significa comparar una o más perspectivas vividas con otra y preguntar cómo el concepto en cuestión podría impactar en ese mundo, qué diferencias podría hacer, qué tipo de interrupciones plantea. Las apuestas se vuelven muy diferentes. En lugar de buscar un común, En un marco teórico integrado, podemos, en cambio, trabajar para encontrar formas en que los mundos diversos puedan yuxtaponerse, sin fusionarse nunca por completo. Por ejemplo, en este número, entramos en los mundos de la «generación de abuelos» en la España post-franquista (Aguilar y Ramírez-Barat), el «movimiento paraguas» en Hong Kong (Lee et al) y la generación latchkey de Rumania. ‘(Pohrib). Todos los autores han logrado que estos mundos estén disponibles para la comunidad de académicos de la memoria al demostrar la realidad de la memoria tal como funcionó en cada uno. Un diálogo teórico podría comenzar luego preguntando qué diferencia haría para cada mundo que un concepto de otro entrara en él, si el concepto podría «vivir» en ese mundo o no. . Todos los autores han logrado que estos mundos estén disponibles para la comunidad de académicos de la memoria al demostrar la realidad de la memoria tal como funcionó en cada uno. Un diálogo teórico podría comenzar luego preguntando qué diferencia haría para cada mundo que un concepto de otro entrara en él, si el concepto podría «vivir» en ese mundo o no. Todos los autores han logrado que estos mundos estén disponibles para la comunidad de académicos de la memoria al demostrar la realidad de la memoria tal como funcionó en cada uno. Un diálogo teórico podría comenzar luego preguntando qué diferencia haría para cada mundo que un concepto de otro entrara en él, si el concepto podría «vivir» en ese mundo o no.

Los documentos de Quílez y Rueda sobre el cambio en la realización de documentales políticos españoles y Nagy sobre obituarios húngaros son notables al demostrar cómo una atención cercana a un aparente «me gusta» puede descubrir diferencias y transformaciones. Aquí, las prácticas comparativas del entorno particular, las formas en que se organizan las similitudes y las distinciones, se vuelven importantes. Pero la riqueza empírica de los documentos también nos permite hacer otros tipos de preguntas: cómo sería un documental «malo» o un obituario «inadecuado», y qué nos diría esto sobre las prácticas comparativas particulares en sí mismas y las diferencias entre ellos. ? Luego podríamos preguntarnos qué es lo que dentro de estas prácticas parece perturbar las nociones existentes de memoria colectiva y cómo reformular el concepto sobre la base de estos casos específicos. También podemos considerar una comparación novedosa o experimental entre el análisis de Gustafsson del debate sobre la Gran Hambruna China en Weibo y el relato de Sodaro sobre el Museo Nacional Memorial del 11 de septiembre. Estos son mundos completamente diferentes en términos de medios, el período histórico que se recuerda, el contexto nacional y, sin duda, muchas otras características. La base para la comparación tendría que ser inventada especulativamente. Sin embargo, al obligarnos a hacerlo, comenzaríamos a desarrollar una forma de abstracción que se mantuviera enraizada en los mundos mismos, una especie de nivel intermedio situado en algún lugar entre el análisis empírico estricto y la teorización que sería diferente de una ubicación disciplinaria particular.

Entonces, ¿dónde deja eso el problema de establecer el valor de un trabajo para los Estudios de la Memoria? Proporciona algún criterio por encima de una contribución disciplinaria específica. El trabajo que hace que un mundo esté disponible para la comunidad académica, le permite convertirse en un objeto de debate en sus propios términos en lugar de servir como ejemplo de un enfoque conceptual existente, se vuelve enormemente importante. Al mismo tiempo, una descripción de las prácticas comparativas a través de las cuales se promulga la memoria dentro de ese mundo permite una conversación de lo que varios conceptos realmente hacen cuando se ven desde la perspectiva de ese mundo, lo que proporciona un enfoque diferente, y yo diría, igualmente productivo Ruta hacia la teorización. Finalmente, el trabajo que se hace susceptible de comparación extrayendo las idiosincrasias, las particularidades del mundo que describe, Tendría un papel crucial en permitir comparaciones experimentales. A veces, en un juego, es la pieza de forma irregular o la carta muy específica la que resulta crítica, en un momento dado, porque permite un movimiento que de otra manera sería imposible. Es la búsqueda de lo novedoso e inusual en lugar de lo universal y lo sintético lo que hace que las cosas avancen.

Barry, A, Nacido, G (eds) ( 2013 ) Interdisciplinariedad: Reconfiguraciones de las Ciencias Sociales y Naturales. Londres : Routledge . 
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Book Review: Grassroots Activism and the Evolution of Transitional Justice: The Families of the Disappeared by Iosif Kovras | LSE Review of Books

In Grassroots Activism and the Evolution of Transitional Justice: The Families of the Disappeared, Iosif Kovras looks at the varying mobilisations of the families of the disappeared through four ca…

Origen: Book Review: Grassroots Activism and the Evolution of Transitional Justice: The Families of the Disappeared by Iosif Kovras | LSE Review of Books

En Activismo de base y la evolución de la justicia transicional: las familias de los desaparecidos ,  Iosif Kovras analiza las diferentes movilizaciones de las familias de los desaparecidos a través de cuatro estudios de caso: Chile, Chipre, Líbano y Sudáfrica. Encuentra Ebru Demir, enfatizando la importancia del contexto en la conformación de los objetivos y el éxito de los diferentes movimientos, esta es una contribución estimulante a la literatura crítica sobre la justicia transicional  .

El activismo de base y la evolución de la justicia transicional: las familias de los desaparecidos . Iosif Kovras. Prensa de la Universidad de Cambridge. 2017.


Mientras escribía esta reseña de un libro, estaba revisando las noticias y viendo el juicio de Ratko Mladić en vivo por televisión. Junto a esto, también leí los comentarios de algunos de mis amigos bosnios en Facebook sobre la decisión del tribunal. Una de estas amigas, Elmina Kulasić, todavía está buscando a sus abuelos desaparecidos. En su publicación, escribió: «El veredicto en el caso Mladić no traerá a nuestros seres queridos de vuelta, pero nos dará un atisbo de justicia y coraje para continuar nuestros esfuerzos en la búsqueda de la verdad y contrarrestar la negación del genocidio».

Esta oración se corresponde con los argumentos en Activismo de base y la evolución de la justicia transicional: Las familias de los desaparecidos : el significado de los juicios para las familias de los desaparecidos depende de las dinámicas contextuales. Como lo subrayó mi amigo, el veredicto será una herramienta para que los bosnios contrarresten la negación del genocidio ya que, en el contexto bosnio, no hay una verdad compartida. Debido a la ausencia de esto, la decisión en sí parece haber sido el objetivo principal de las familias de los desaparecidos.

¿Pero las familias de los desaparecidos comparten los mismos objetivos en todos los contextos? Si no es así, ¿cómo y de qué manera se configuran los diferentes objetivos? Al responder estas preguntas, Iosif Kovras tiene un mensaje conciso: el contexto importa . Kovras analiza las diferentes movilizaciones de las familias de los desaparecidos a través de cuatro estudios de casos desafiantes: Chile, Chipre, Líbano y Sudáfrica, aunque las experiencias de muchos más países se destacan y se mencionan frecuentemente en todo el libro.

La pregunta principal que se aborda es: ‘¿por qué los grupos de víctimas en algunos países son atrapados en silencio, incluso después de varias décadas, mientras que otros grupos hacen que los responsables rindan cuentas?’ (3). Para responder a esta pregunta, Kovras ofrece un análisis comparativo en profundidad de los cuatro casos con sus resultados de justicia de transición divergentes. El libro se convierte en una respuesta a la brecha en la literatura al explorar el papel de los grupos de víctimas en los procesos de justicia transicional. Lo que también hace distintivo a este libro es que Kovras analiza las razones subyacentes a la pregunta de qué movimientos de las familias de los desaparecidos han sido «exitosos» al analizarlos dentro de sus contextos globales e históricos. En lugar de ver los fracasos en cualquier movilización de estas familias como la «causa» del fracaso en los procesos de justicia transicional,

Crédito de la imagen: Protesta fuera del palacio gubernamental bajo el régimen de Pinochet, Chile ( Kena Lorenzini, donada al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos CC POR 3.0 )

El libro propone un nuevo marco conceptual de recuperación de la verdad para los desaparecidos. En este marco, Kovras identifica tres niveles de recuperación de la verdad: el silencio institucionalizado; verdad forense y la verdad mas amplia. El silencio institucionalizado se refiere a aquellas sociedades que responden al problema de los desaparecidos mediante la promulgación de leyes de amnistía: Kovras llama a este tipo de verdad el nivel más estrecho de verdad (37). La verdad forense sugiere «un nivel muy estrecho de recuperación de la verdad, asociado con el proceso de exhumación, identificación y devolución de restos a las familias» (37). La verdad más amplia, como sugiere el término, se refiere a la revelación de la verdad en todos los aspectos mediante la realización de investigaciones efectivas para identificar a los responsables principales de las desapariciones en primer lugar (37). Kovras enfatiza que la verdad más amplia está más en línea con el Derecho Internacional. De hecho, en virtud de la Convención para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas, los estados deben «llevar a cabo una investigación o investigación preliminar para establecer los hechos» (artículo 10.2 de la Convención), por lo que la «verdad más amplia» es lo que el Derecho Internacional obliga a los estados a perseguir.

Sin embargo, incluso en aquellos países que están implementando la ‘verdad más amplia’ según el cuadro que se presenta en el libro (44), Kovras destaca que es el papel desempeñado por los actores internacionales lo que permite a los países alcanzar esto. Para dar un ejemplo, Bosnia y Herzegovina se clasifica en una «verdad más amplia», pero la discusión en el libro también ilustra el importante papel de las partes interesadas internacionales influyentes, por ejemplo, en el proceso de exhumación. Kovras enfatiza que sin la participación de organizaciones internacionales, sería imposible, para todos los propósitos prácticos, exhumar a 17,000 personas (de las 30,000 desaparecidas) que desaparecieron en los Balcanes (36) y alcanzar la «verdad más amplia» aquí. Así, aunque la tabla inicialmente parece simplista,

Entonces, ¿qué quieren y esperan las familias de los desaparecidos de la justicia transicional? La respuesta a esto es otra pregunta: ¿en qué contexto y qué familias? Kovras destaca las peticiones de las familias en cada caso por separado. Por ejemplo, en Argentina, las Madres de Plaza de Mayo adoptaron «una actitud intransigente, evidente en su lema principal» aparicion con vida «.(traerlos de vuelta con vida) ‘(72). Kovras señala que no solo las peticiones de las familias de los desaparecidos cambiaron con el tiempo, sino que tampoco fueron un grupo homogéneo con demandas unificadas. Si bien las Madres de la Plaza de Mayo exigieron información sobre el paradero de sus hijos, más tarde «a medida que aparecían más oportunidades, el llamado a la rendición de cuentas y la justicia punitiva se hicieron más fuertes» (72). Por otro lado, un consorcio de otros grupos familiares en Argentina, las Abuelas de Plaza de Mayo, dio prioridad a las exhumaciones, lo que de hecho fue un gran problema para las Madres, ya que podía «despolitizar el tema y desviarse del objetivo central del grupo». , que en 1984 se había convertido en justicia punitiva para los perpetradores ‘(72).

La afirmación crucial de Kovras, por lo tanto, es que «la ley sigue las luchas sociales y políticas en las sociedades». Esto también se superpone con los resultados del libro. Termina presentando el argumento de que los países cuyos períodos de transición son seguidos por la «democratización» tienen una posibilidad más realista de alcanzar la verdad más amplia (231). El Líbano se puede dar como ejemplo: el «silencio institucionalizado» en el Líbano es, según Kovras, «el resultado de las débiles instituciones democráticas y el fracaso del proceso democrático» (151). Dado que la «democratización» es esencial en el proceso de movilización de las familias de los desaparecidos, se podría haber asignado más espacio en el libro a una discusión sobre el significado de «democracia» y el proceso de «democratización». Aquí, de nuevo, consistente con el propio argumento riguroso de Kovras, Los países también pasan por diferentes procesos de ‘democratización’. Una consideración de la relevancia y las interacciones entre las familias y los procesos democráticos habría enriquecido y profundizado aún más las discusiones.

En general, Kovras hace una importante contribución al poner de manifiesto la heterogeneidad de las familias de los desaparecidos, desafiando la literatura existente. Además de los análisis profundos y rigurosos de los estudios de caso, la terminología que utiliza Kovras también presenta una discusión original y estimulante. El libro se alía con la literatura crítica sobre la justicia transicional, ya que destaca y nos recuerda la importancia del contexto al analizar las familias de los desaparecidos.


Ebru Demir es un estudiante de doctorado de tercer año y tutor asociado en la Universidad de Sussex, Facultad de Derecho. Sus áreas de investigación son la justicia transicional; justicia transformadora mujer, paz y seguridad; y la consolidación de la paz en Bosnia y Herzegovina.

Nota: esta revisión proporciona las opiniones del autor, y no la posición del blog LSE Review of Books, o de la London School of Economics. 

 ARGENTINA: ¿VÍCTIMAS, FAMILIARES O CIUDADANOS?, LAS LUCHAS POR LA LEGITIMIDAD DE LA PALABRA

ARGENTINA: ¿VÍCTIMAS, FAMILIARES O CIUDADANOS?, LAS LUCHAS POR LA LEGITIMIDAD DE LA PALABRA“

¿Víctimas, familiares o ciudadanos?LAS LUCHAS POR LA LEGITIMIDAD DE LA PALABRA

”En los discursos sociales sobre la última dictadura argentina, las narrativas personales del sufrimiento tienen una carga de legitimidad enorme. El desafío histórico, plantea Elizabeth Jelin, es la ampliación del compromiso con el pasado que incluya a la ciudadanía en su conjunto. Un fragmento de “La lucha por el pasado” (Siglo XXI) en el que la autora pone la lupa sobre la construcción de la memoria social .La experiencia argentina puede ser tomada como un caso extremo del poder del “afectado directo” y de las narrativas personales del sufrimiento en las disputas  acerca de cuáles son las voces que “pueden hablar” del pasado dictatorial. En­ el período posdictatorial, la “verdad” se identificó poco a poco con la posición de “afectado directo”, primero en la voz de los parientes directos de las víctimas de la represión estatal (la figura emblemática son las Madres, complementadas posteriormente por la voz de H.I.J.O.S. y Herman@s). La voz de sobrevivientes de centros clandestinos de detención y de militantes y activistas de la época no estuvo presente con la misma fuerza en el espacio público sino hasta mucho después, y llegó a ocupar el centro de la escena pública casi treinta años después del golpe militar de 1976.La  presencia pública de la voz de familiares primero, sobrevivientes después, implicó un poder considerable en la definición de la agenda de reclamos alrededor del pasado dictatorial en el país. La­ noción de “verdad” y la legitimidad de la palabra (o, si queremos ser más extremos, la “propiedad” del tema) llegaron a encarnar en la experiencia personal y los vínculos­ familiares, en especial los genéticos. ­

Dentro del campo político progresista que se identifica con la denuncia y la condena al terrorismo de ­Estado, la presencia simbólica y el consiguiente poder político de estas voces en la esfera pública es muy fuerte y posee una carga de legitimidad enorme. ­La eficacia del familismo y del maternalismo primero, y más recientemente la identificación con la militancia setentista, implican la relegación o exclusión de otras voces sociales –­las ancladas en la ciudadanía o en una perspectiva más universal referida a la condición humana, por ejemplo ­en la discusión pública de los sentidos del pasado y las políticas a seguir en relación con él. ­El desafío­ histórico y político que se les presenta a los actores democráticos es transformar estas tendencias excluyentes, para extender el debate político y la participación a la ciudadanía en su conjunto.

La familia y el familismo en las políticas de la memoria .

La idea de familia y los lazos familiares ocupan en la ­Argentina un lugar muy particular a partir de la dictadura y el terrorismo de ­Estado. Los militares que tomaron el poder en 1976 usaron (y abusaron de) la referencia a la familia. Primero,­ el gobierno definió a la sociedad como un organismo constituido por células (familias). De­ esta forma, estableció un vínculo­ directo entre la estructura social y su raíz biológica, naturalizando los roles y valores familísticos. Existía­ sólo una forma, la forma “natural”, en que la sociedad argentina podía organizarse. A su vez, en la medida en que la metáfora de la familia se aplicaba a la nación como un todo, el padre Estado adquiría derechos inalienables sobre la moral y el destino físico de los ciudadanos. La­ imagen de la nación como “gran familia argentina” implicaba, de manera tácita, que sólo los “buenos chicos” eran verdaderamente argentinos.En­ este discurso, la autoridad paterna era fundamental. Se esperaba que los hijos e hijas acataran las obligaciones morales de obediencia no había lugar para ciudadanos y ciudadanas con derechos, para seres humanos con autonomía personal. En­ un mundo como ese, “natural” antes que social o cultural, el peligro del mal o la enfermedad venía “de afuera”: algún cuerpo extraño que invade y contagia. Y­ para restablecer el equilibrio natural era imprescindible una intervención quirúrgica que permitiera extraer y destruir los tejidos sociales infectados. El régimen militar, de esta forma, se transformaba en el padre protector que se haría cargo de la ardua responsabilidad de limpiar y proteger a su familia, ayudado por otros padres “menores”, que se ocuparían de controlar y disciplinar a los adolescentes rebeldes. Las publicidades estatales en la televisión preguntaban: “¿Sabe usted dónde está su hijo ahora?”, urgiendo a los padres a reproducir ad infinítum el trabajo de seguimiento, control e inteligencia que llevaban a cabo los militares. (…)¿Por qué las denuncias y demandas del movimiento de derechos humanos debían formularse en términos de parentesco? En el contexto político de la dictadura, la represión y la censura, las organizaciones políticas y los sindicatos estaban suspendidos. El uso que el discurso dictatorial hizo de la familia como unidad natural de la organización social tuvo su reflejo en parte del movimiento de derechos humanos: la denuncia y protesta de los familiares era, de hecho, la única que podía ser expresada. Después de todo, eran madres en busca de sus hijos…

La dictadura atribuía a los padres la responsabilidad final de prevenir o impedir que sus hijos se convirtieran en “subversivos”. Cuando los padres o madres se acercaban a alguna repartición gubernamental para preguntar por el destino de sus hijos, la respuesta era una acusación: ellos no sabían lo que estaban haciendo sus hijos porque no habían ejercido debidamente su autoridad paterna; si los y las jóvenes se transformaban en “subversivos”, se debía a deficiencias en la crianza familiar. De esta forma, la paradoja del régimen argentino de 1976-1983 (con similitudes en los otros regímenes militares del Cono­ Sur­ en la época) era que el lenguaje y la imagen de la familia constituían la metáfora central del gobierno militar; también la imagen central del discurso y las prácticas del movimiento de derechos humanos. La imagen paradigmática es la madre, simbolizada por las Madres de la Plaza de Mayo con sus pañuelos-pañales en la cabeza; la madre que deja su esfera privada “natural” de vida familiar para invadir la esfera pública en busca de su hijo secuestrado-desaparecido.

Los Familiares, las Madres y las Abuelas a partir de los años setenta, H.I.J.O.S (acrónimo­ de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) veinte años después y Herman@s de Desaparecidos por la Verdad y la Justicia, ya en el siglo XXI, son las organizaciones que mantienen activas sus demandas de justicia, verdad y memoria. Lo más significativo es que estas agrupaciones entran en la esfera pública en el sentido literal (y biológico) de las relaciones de parentesco, antes que como metáforas o imágenes simbólicas de los lazos familiares.

A pesar de sus orientaciones contrapuestas y en conflicto, tanto en el gobierno militar como en el movimiento de derechos humanos se hablaba en la clave familiar de los lazos naturales y cercanos. Para unos, la familia era el control y la autoridad enmascarados como escudo de protección contra las amenazas y el mal. Para otros, el lazo familiar personalizado y privado justificaba y motivaba la acción pública con un doble propósito: por un lado, revertir la imagen de “mala familia” que los militares querían transmitir en relación con las familias de las víctimas, que presentaban a sus parientes víctimas como niños y niñas ejemplares, buenos estudiantes y miembros de familias armoniosas; en suma, como ideales o “normales”. Por otro lado, la pérdida familiar impulsaba la expansión de los lazos y sentimientos privados hacia la esfera pública y rompía de modo decisivo la frontera entre vida privada y ámbito público.

Esta aparición pública de los lazos familiares en la vida política es significativa, más allá de sus objetivos y su presencia. Implica­ una reconceptualización de la relación entre vida pública y privada. En la imagen que el movimiento de derechos humanos comunicó a la sociedad, el lazo de la familia con la víctima era la justificación básica que legitimaba la acción. Para el sistema judicial, en realidad, era el único. Sólo las víctimas sobrevivientes y los parientes directos eran considerados “afectados” en sus demandas de reparación –personalizadas e individualizadas–. Sin embargo, este familismo público y político plantea de­safíos y conlleva peligros en cuanto a su impacto cultural y político. Las Madres pueden haber generalizado su maternidad, con el eslogan de que todos los desaparecidos son hijos de todas las Madres. Al mismo tiempo, y como efecto de esta interpretación de la noción de familia, se crea una distancia –imposible de superar–en las movilizaciones públicas: entre quienes llevan la “verdad” del sufrimiento personal y privado y quienes se movilizan políticamente por la misma causa, pero presumiblemente por otros motivos que no son vistos como igualmente transparentes o legítimos. ­Es como si en la esfera pública del debate, la participación no fuera igualitaria, sino estratificada de acuerdo con la exposición pública del lazo familiar; razones ideológicas, políticas o éticas no parecen tener el mismo poder justificatorio a la hora de actuar en la esfera pública, excepto “acompañando” las demandas de los “afectados directos”.

De víctimas a sujetos de derecho. Verdad y justicia en la transición

El énfasis en el familismo transmite solamente una parte de la historia. El final de la dictadura y la instauración de un régimen constitucional en diciembre de 1983 implicaron la búsqueda de respuestas institucionales a las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen dictatorial. La manera en que el nuevo gobierno ajustaría cuentas con el pasado fue un componente central del establecimiento del estado de derecho. Los pasos siguientes apuntaron a transformar el escenario: del protagonismo central del sufrimiento de víctimas y familiares a otro escenario donde se reconocían los crímenes cometidos por el Estado­ y se buscaban procesos de condena y castigo a los victimarios. En ese proceso, las víctimas  despojadas de sus derechos y de su condición humana se constituirían en ciudadanos y ciudadanas reconocidos y legitimados.

(…) La confrontación entre las demandas del movimiento de derechos humanos y el nuevo gobierno fue intensa. El movimiento buscaba alguna forma legítima de castigo que pudiera servir al mismo tiempo como reafirmación de los valores éticos básicos de la democracia. En lugar de una comisión parlamentaria, el gobierno decidió que la investigación estuviera a cargo de una comisión independiente de “notables”: la Conadep.  (…) La Conadep fue la manera de indagar y dar a conocer lo sucedido, de saber y reconocer la verdad. Una vez logrado esto, vendría el tiempo de la justicia. El juicio mostraría si el estado de derecho podía imponerse por encima de la fuerza. Como ya se dijo, el despliegue del procedimiento jurídico, con todas las formalidades y los rituales, puso al Poder Judicial en el centro de la escena institucional: las víctimas se transformaron en “testigos”, los represores se tornaron “acusados”, y los actores políticos debieron transformarse en “observadores” de la acción de los jueces, que a su vez se presentaban como una autoridad “neutral” que definía la situación según reglas legítimas preestablecidas.

Con­ el juicio, el péndulo se movía desde las narrativas personales concretas, históricamente situadas, hacia las demandas universales ligadas a los derechos humanos. ­Como señaló un testigo (víctima de desaparición­ y de prolongado encarcelamiento), “el juicio eliminó esos testimonios fantasmas en la sociedad, puso a las víctimas como seres humanos, las igualó con el resto de los seres humanos” (Norberto­ Liwski, entrevista Cedes,­ 1/10/1990). El­ momento histórico del juicio implicaba el triunfo del estado de derecho, la transformación de la víctima en sujeto de derecho como corporización del nuevo régimen democrático. Los derechos ciudadanos igualitarios se reafirmaban. ­Al mismo tiempo, sin embargo, el sufrimiento y la necesidad de saldar cuentas no se abolían en ese acto, y la especificidad del nivel personal y familiar resurgiría de varias maneras, incluso quizá con más potencia.

En el registro de testimonios de la Conadep,­ y con mayor dramatismo en las audiencias del ­juicio, ocurría algo importante. La desaparición, la tortura y la detención clandestina implican la suspensión del lazo social y político. La relación entre víctima y victimario es una relación directa; no hay marco normativo social o político que la rija. La noción de víctima no refiere específicamente al grado de daño o sufrimiento vivido, sino a la condición radical de haber sido despojada de la voz y de los medios para probar lo ocurrido (Lyotard, 1988). La voz de la víctima no pertenece al mundo real reconocido; en tanto no hay medios para verificar nada de lo ocurrido en el contexto del terror arbitrario y el poder total, es como si nunca hubiera sucedido. De esta manera, las víctimas son empujadas al silencio o, cuando hablan, no se les cree. En contraste, la posición de sujeto de derecho implica que los adversarios en conflicto tienen acceso a una autoridad, a un tribunal que puede juzgar la verdad de lo que se alega según procedimientos y reglas que permiten presentar pruebas. El recurso a la ley implica un cambio radical en la posición de los oponentes, en tanto ambos son ahora reconocidos como partes del conflicto.

Los hechos de la represión política, que para muchos, de ambos lados, habían sido interpretados hasta entonces de acuerdo con un paradigma de “guerra” (que incluía a menudo el adjetivo “sucia”), eran ahora juzgados según el paradigma de las “violaciones a los derechos humanos”. Sin embargo, esta creciente conciencia sobre el estado de derecho y su corporización jurídica en el paradigma de los derechos humanos conlleva una paradoja: creer en un sujeto de derecho individual equivale a creer en un sujeto abstracto. La ley reinstala la condición humana de la víctima, pero, para hacerlo, abstrae su condición concreta, histórica y políticamente situada. De esta manera, el “estado de derecho” tiene el efecto de inhibir o borrar las perspectivas políticas y morales. En este sentido, una consecuencia de la instalación del paradigma jurídico, a partir del juicio a los ex comandantes, fue el enmascaramiento y el silenciamiento de identidades políticas sustantivas y de las confrontaciones ideológicas y políticas involucradas.

El resultado del juicio y la sentencia (en diciembre de 1985) excedió la condena a los ex comandantes. Antes­ que “saldar las cuentas con el pasado” de manera prácticamente definitiva, como esperaba el presidente Alfonsín,­ el veredicto abrió la puerta a más procesamientos y juicios.

La historia no termina aquí, sin embargo. Cuando el Estado abandonó el escenario de la construcción institucional, las iniciativas ligadas al pasado retornaron al espacio de los actores sociales, en especial las víctimas y sus familiares. Las Madres de Plaza de Mayo no interrumpieron sus acciones. Tampoco las Abuelas, ocupadas con los secuestros de niños y niñas y las adopciones ilegales. El movimiento de derechos humanos continuó con sus denuncias y demandas de justicia, aunque en los años siguientes presentó altibajos en su perfil público y su capacidad de movilización social.

La búsqueda de las abuelas, las pruebas de ADN y las identidades recuperadas

Los militares secuestraron e hicieron desaparecer a miles de personas. En muchos casos, niños y niñas fueron capturados con sus madres y padres. A veces, los niños secuestrados fueron devueltos a sus familiares –por lo general, sus abuelos–, pero no siempre. Los secuestros de mujeres jóvenes embarazadas llevaron a una doble búsqueda a los familiares: tuvieron que buscar a los jóvenes desaparecidos­ y, al mismo tiempo, a sus hijos. Las Abuelas de Plaza de Mayo comenzaron a organizarse y a elaborar su estrategia cuando, a fines de 1977, muchas mujeres se dieron cuenta (en alguna de las tantas e interminables visitas a sedes policiales, oficinas de gobierno, iglesias y embajadas) de que su caso no era único; que, además de buscar a sus hijos, debían intentar recuperar a sus nietos y nietas secuestrados o nacidos en cautiverio; esta última, una posibilidad alimentada por los rumores circulantes, que indicaban que los secuestradores mantenían con vida a las mujeres embarazadas en los centros clandestinos de detención hasta que daban a luz, para luego separarlas de sus bebés y hacerlas desaparecer. Lo que siguió fue darse cuenta de que esos niños y niñas  funcionaban como “botines de guerra”: eran apropiados y “adoptados” ilegalmente por los secuestradores mismos o entregados a otros, en su mayoría personas ligadas al aparato represivo.

Cuando quedó claro que no todos los niños y niñas secuestrados habían sido asesinados, y que a muchos les habían cambiado la identidad, las  Abuelas se movieron en dos direcciones: buscaron rastros y huellas para averiguar dónde podían estar los niños y buscaron apoyo internacional para prepararse para la hipotética situación de recuperación de su identidad. La comunidad científica internacional avanzó en las técnicas de estudios genéticos (…) Después de la transición al gobierno constitucional de 1983, se comenzó a trabajar para implementar un Banco Nacional de Datos Genéticos (creado finalmente en 1987) donde los familiares de niños secuestrados o nacidos en cautiverio pudieran depositar material genético para eventuales pruebas futuras. A su vez, en 1992 se estableció la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi).

Después  de treinta y cinco años, los niños y niñas secuestrados y nacidos en cautiverio ya son jóvenes adultos. Las  campañas de Abuelas se dirigen entonces a esos jóvenes; son campañas publicitarias, entre ellas, una con el siguiente mensaje: “Si tenés dudas acerca de tu identidad, contactate con Abuelas”. La restitución de la identidad es una intervención legal, psicológica, científica y social compleja. El sistema judicial es la instancia formal final que debe resolver los conflictos. (…) A menudo, los deseos y demandas de estos diversos actores el Estado que constata el crimen de secuestro y apropiación, el hijo y su derecho a la identidad pero también a la protección de su intimidad, los familiares y su derecho a la verdad, la sociedad que exige la verdad histórica no sólo no coinciden, sino que pueden chocar y entorpecerse. La resolución legal está en manos del Poder Judicial. Las otras corren por los carriles de la política, la subjetividad de los involucrados, los grupos sociales y las expresiones culturales. El impacto social y cultural de la restitución de la identidad es significativo, aunque difícil de calibrar. Existe un claro apoyo y admiración social por la labor de las Abuelas y por avanzar en el esclarecimiento y la restitución de la identidad de chicos secuestrados y nacidos en cautiverio. El banco genético y las pruebas de ADN son, sin dudas, herramientas fundamentales para esta tarea y refuerzan la creencia en que la prueba definitiva de la verdad descansa en la prueba de ADN, en la genética, en la biología y en la sangre (Penchaszadeh, 2012).

No obstante, el tema plantea una paradoja, con consecuencias sociales difíciles de prever. El recurso básico de la prueba genética se desarrolla  en un momento histórico en que la genética adquiere un fuerte protagonismo en temas familiares. Sin embargo, el parentesco y la familia son, en esencia, lazos sociales y culturales. ¿Cómo podrán las sociedades y los sistemas legales conciliar o confrontar las tensiones entre estas dos claves normativas? Sin duda, la sociedad argentina o mejor dicho, la sociedad mundial necesita dar una respuesta normativa a varios temas de manera simultánea: los dilemas éticos que conlleva la aplicación de técnicas reproductivas, las normas que rigen la adopción y el derecho de los hijos a conocer su filiación (introducido en la Convención­ sobre los Derechos del Niño), y los avances médicos que enfatizan las predisposiciones genéticas.  Dado el significado cultural y político de la recuperación de la identidad robada que la Argentina­ ha afrontado durante las últimas décadas y el sentido de “verdad” de las pruebas genéticas, nuestro país puede llegar a ser un caso testigo crucial para explorar la transformación de las interpretaciones sociales del vínculo entre biología y cultura en relación con la familia.

Sobrevivientes en la conmemoración pública

Las luchas por los sentidos del pasado se actualizan en los rituales y las conmemoraciones. ¿Quiénes protagonizan estos eventos? ¿Cuáles­ voces se expresan? ¿Con­ qué mensaje o interpretación? ­Cada 24 de marzo se conmemora la fecha del golpe militar de 1976. Es una fecha importante, que evoca significados diferentes para diversos actores sociales y políticos. En ese contexto, la del 24 de marzo de 2004 fue una conmemoración muy especial. Para nuestro argumento, cuentan dos elementos centrales: el protagonismo de los y las sobrevivientes, con fuerte presencia y legitimidad mediática, y el papel central ocupado por el entonces presidente Néstor Kirchner, no tanto en su rol de primer mandatario, lo cual hubiera sido toda una novedad dada la cuasi ausencia de la voz presidencial en conmemoraciones anteriores, sino en su identidad de militante y compañero de las luchas sociales de los años setenta. Veamos algunos hitos de esa conmemoración.

El flamante presidente Kirchner y el entonces jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, iban a firmar un acuerdo relacionado con la ESMA, por el cual ese sitio infame, donde estuvieron detenidas clandestinamente unas 5000 personas –en su inmensa mayoría, desaparecidas–, se convertiría en un lugar de memoria. Durante los días anteriores, los y las sobrevivientes ocuparon el centro de la atención: sus voces eran escuchadas permanentemente en radio y en televisión, los diarios publicaban entrevistas y testimonios, y se los podía ver guiando a figuras públicas (incluso al presidente y a Cristina Fernández, por entonces senadora) a través de los pasillos y escaleras de su calvario, detrás de las monumentales rejas, columnas y jardines de la ESMA, ubicada en uno de los barrios más elegantes de Buenos Aires.

Aunque las voces de sobrevivientes habían sido escuchadas antes  fueron testigos fundamentales durante el juicio a los ex comandantes de las  Juntas  Militares, en 1985, y sus testimonios aparecen en libros y entrevistas múltiples, su posición en la escena pública no había sido fácil hasta entonces. El hecho de que hubieran podido sobrevivir al horror generaba en muchos un halo de sospecha. A menudo, rondaba la pregunta acerca del porqué. Desde los primeros testimonios ofrecidos por sobrevivientes (hacia fines de los años setenta, por lo general en el exilio en Europa), se sabía que las autoridades navales de la ESMA­ habían organizado una “élite” de personas detenidas (que incluía a profesionales, periodistas y líderes del grupo guerrillero Montoneros), conocida como el “staff” y el “ministaff”, a la que asignaban tareas especiales según sus habilidades políticas: redactar informes, traducir textos de idiomas extranjeros, preparar archivos de recortes de publicaciones. Un mecanismo cultural perverso atrapó entonces a parte de la sociedad argentina: la sospecha de que había alguna racionalidad en la detención, la de­saparición y la supervivencia. El “por algo será”, que el sentido común aplicaba para intentar comprender las detenciones arbitrarias y clandestinas, fue deslizándose hacia la sobrevivencia: debe haber alguna razón que explique por qué sobrevivieron los que sobrevivieron. Esta sensación de sospecha y desconfianza tiñó la recepción de las voces de sobrevivientes.

Sin duda, había un claro reconocimiento del sufrimiento vivido por los sobrevivientes y la aceptación como “verdad” de las descripciones de las condiciones de los campos de detención. Al mismo tiempo, se sospechaba de las condiciones “privilegiadas” en los centros de detención, pero esta sospecha apuntaba más a los silencios (¿colaboración?, ¿delación?, ¿traición?) que a lo que contaban esas voces. Sin­ embargo, como muestra Calveiro­ (1998), imaginar que los detenidos tenían alguna posibilidad de participar en la decisión de su destino es una ilusión: el poder estaba en manos de los perpetradores, y nada de lo que hicieran o dijeran las víctimas podía afectar su suerte. (…)

El­ 24 de marzo de 2004 fue emblemático en este contexto. Los­ y las sobrevivientes de la ESMA­ ocuparon el centro de la escena. ­Recorrían y exploraban el lugar, marcando los itinerarios de la detención, los lugares de tortura y confinamiento, tocaban paredes, registraban movimientos corporales, sonidos y olores (cabe recordar que, en la mayoría de los casos, no habían visto nada durante su detención, ya que estaban encapuchados). Sus testimonios y relatos fueron el telón de fondo, un marco extraordinario para la ceremonia pública de conmemoración. El evento se desarrolló en varias etapas, con diferentes protagonistas: las organizaciones de derechos humanos, especialmente Madres, Familiares e H.I.J.O.S.; el presidente Kirchner y el jefe de gobierno Ibarra firmando los papeles formales para la creación del sitio; la apertura de los portones y la entrada de miles de personas a los edificios, siguiendo las rutas de la represión y la tortura; por último, un escenario donde se pronunciaron discursos y se realizaron actos de conmemoración. Fijemos la atención en esta última etapa.

Los oradores fueron el jefe de gobierno de la ciudad, dos jóvenes nacidos en la ESMA (una que representaba a la organización H.I.J.O.S.; el otro, un joven hijo de desaparecidos apropiado por represores que había recuperado su identidad poco antes del acto) y el presidente Kirchner. También se leyó un poema de una detenida-desaparecida, escrito durante su detención, y participaron varios cantantes populares.

Cada uno de los gestos y palabras de los oradores hacía referencia al lugar donde se desarrollaba­ el acto: la ESMA. Todos  los protagonistas remarcaron algún tipo de vínculo particular y personal con el lugar: el poema elegido pertenecía a una compañera de militancia política de Néstor Kirchner que había pasado por la ESMA; Aníbal Ibarra hizo referencia a un compañero de estudios que desapareció­ en la ESMA; los jóvenes se refirieron a la experiencia personal de haber nacido en ese lugar. Algunas partes del discurso presidencial merecen ser mencionadas. El discurso comienza: “Queridas Abuelas, Madres,  H­.I.J.O.S.: cuando recién veía las manos, cuando cantaban el himno, veía los brazos de mis compañeros, de la generación que creyó y que sigue creyendo en los que quedamos, que este país se puede cambiar”.

Los destinatarios se reiteran: “Abuelas, Madres, hijos de detenidos, desaparecidos, compañeros y compañeras que no están, pero sé que están en cada mano que se levanta aquí y en tantos lugares de la Argentina”. (…)

Llama la atención que en ningún momento se haya dirigido al conjunto de la sociedad, a la ciudadanía en general, más allá del grupo de víctimas, familiares y compañeros. Además, las referencias a su rol de presidente fueron relativamente escasas y marcadas de manera explícita. (…)

¿Qué significa todo esto? ¿Por qué prestar especial atención a este acontecimiento y este discurso? Desde mi punto de vista, su importancia radica en el énfasis en las relaciones particulares y la pertenencia a un grupo específico, en este caso, los militantes y activistas políticos de los años setenta que se identificaban con la izquierda peronista, aunque los oradores no mencionaron en ningún momento la palabra “montoneros”. No olvidemos que hubo muchas otras víctimas de la represión política del régimen militar –la izquierda revolucionaria, cuya aniquilación fue perpetrada por el ejército–y que hubo represión en todo el país y no solamente en la ESMA. Sin­ embargo, la ceremonia estuvo dominada por este lenguaje particularístico, lo cual expresa una vez más la centralidad del familismo y del testimonio personal.

Una vez más, víctimas y familiares. ¿Y la ciudadanía?

¿Podía haber sido diferente? ¿Existe en la Argentina­ espacio para un enfoque más universalizador de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura? ¿Es posible pensar una perspectiva que contribuya a la construcción de ciudadanía basada en un principio de igualdad? ¿Es la legitimidad de la voz personal testimonial un obstáculo para ese proceso? Teóricamente no tiene por qué serlo. Pero la visibilidad y la legitimidad de las voces ancladas en la pérdida familiar primero, y en la vivencia física de la represión y la participación en la militancia política de los años setenta después, parecen delinear un escenario político que define las nociones de “afectado” y “ciudadano” como antagónicas, así como da preeminencia a la primera.

¿De dónde sale el familismo? ¿Qué implica en términos políticos? Como conjunto de valores y creencias, sus raíces pueden rastrearse en la historia cultural y política del país. En la Argentina y en otros países latinoamericanos, la Iglesia católica ha sido un actor cultural poderoso desde la época colonial. Su punto de vista central concibe a la familia “natural” como “célula básica” de la sociedad, y ancla su discurso en una fuerte tradición cultural del “marianismo” (la primacía cultural de la maternidad, encarnada en la figura de la Virgen María). Este conjunto de creencias ha guiado las políticas y los programas del Estado argentino respecto de la vida familiar y también de la relación entre familia y esfera pública. Por otro lado, durante la última parte del siglo XIX y la primera mitad del XX, los inmigrantes europeos trajeron la expectativa de progreso y movilidad ascendente no en la forma de una idea individualista del selfmademan, sino más bien en términos familiares intergeneracionales. Los  inmigrantes no eran individuos aislados en busca de progreso: eran parte de una amplia red familiar y comunitaria regida por vínculos de solidaridad, reciprocidad y responsabilidad mutua. El mismo patrón persistió en las corrientes migratorias posteriores originadas en países latinoamericanos. En suma, la ética de la vida familiar tiene fuertes antecedentes históricos. En  términos más amplios, el familismo implica una base personalizada y particularista para las solidaridades interpersonales y políticas. ¿Cómo se constituyen estas redes de solidaridad? ¿A quiénes se ofrece solidaridad? ¿Qué tipos de relaciones conlleva? No se trata de una relación abstracta y anónima; debe existir un lazo personal que ata a ambos a través de vínculos jerárquicos y redes familiares patriarcales o, al extender el familismo más allá de los vínculos de sangre hacia la vida pública y política, vínculos verticales de patronazgo personalizado (patrón que se tornó políticamente importante para el liderazgo carismático del peronismo).

En este contexto, la construcción de una cultura de ciudadanía universal no ha sido fácil ni totalmente exitosa. El contraste entre las ideas relacionadas con la democracia y la justicia “formales”, por un lado, y la justicia “social” basada en la distribución de beneficios por el otro ha sido un rasgo permanente de la cultura política del país (Jelin y otros, 1996). Podría afirmarse que en la Argentina no se llegó a instaurar una cultura basada en los principios institucionales impersonales de la ley y los derechos. Lo que se había logrado establecer en este sentido –en el campo de los derechos ligados al trabajo, por ejemplo– fue destruido durante el período dictatorial, que implicó la erradicación de los derechos de ciudadanía y el ejercicio absoluto y arbitrario del poder por parte de los victimarios. Las víctimas no eran parte de la comunidad humana; eran seres extraños para ser destruidos. Al quebrarse los vínculos de la comunidad política, los únicos vínculos sobrevivientes fueron los primordiales del parentesco.

El proceso de transición y el restablecimiento de la autoridad estatal legítima, especialmente en el escenario creado por el Juicio a las Juntas­ Militares­ en 1985, restituyeron la subjetividad cívica y política de las víctimas. En algún sentido, fueron un acontecimiento performático de reinstalación de la ciudadanía y el estado de derecho. Fue, si se quiere, un momento fundacional, que tendría consecuencias y desarrollos­ posteriores para la relación entre ciudadanía y ley (Jelin y otros, 1996). Sin embargo, los procesos históricos pocas veces son lineales. El juicio a los miembros de las Juntas Militares fue seguido por una retracción y una reversión en la acción estatal destinada a saldar cuentas con el pasado violento. Dada­ la activación social referida al pasado, y la magnitud y capacidad organizativa de la comunidad de “afectados directos”, el espacio público fue ocupado una vez más por sus voces. Más recientemente, cuando el ­Estado podría haber recuperado el protagonismo, el clima político y cultural era tal que las voces que se escuchaban (incluso la del presidente) estaban encuadradas en la lógica de la familia y de los sobrevivientes, y no en una interpretación amplia de la comunidad política del país.

No se trata de dudar del dolor de las víctimas, ni de su derecho (y el de la sociedad en su conjunto) a recuperar la información sobre lo ocurrido durante el régimen represivo. Tampoco queda duda sobre el rol de liderazgo que las víctimas directas y sus familiares han tenido (en la Argentina y en otros lugares) en la denuncia de la represión, ni de su lugar central en las demandas de verdad y justicia. La cuestión que planteo es otra, y en realidad es una cuestión doble. Por un lado, ¿quiénes constituyen ese “nosotros” con legitimidad para recordar? ¿Un “nosotros” que marca la frontera entre quienes pertenecen a la comunidad del hablante y los “otros”, que escuchan u observan, pero que están claramente excluidos? ¿O un nosotros incluyente, que invita al interlocutor a ser parte de la misma comunidad? Voy a sugerir que hay dos formas de memoria, que corresponden a estas dos nociones de “nosotros” o de comunidad: una inclusiva, la otra excluyente. Las tensiones entre ambas, y los malentendidos y ambigüedades que conllevan, están siempre presentes y pueden tornarse cultural y políticamente significativas en ciertas coyunturas críticas. En consecuencia, la cuestión acerca del clima cultural en la Argentina­ contemporánea es si el “nosotros” que puede recordar el pasado reciente está reservado a quienes “vivieron” los acontecimientos, o si puede ampliarse para poner en funcionamiento mecanismos de incorporación legítima de otros y otras.

Cabe aquí otra pregunta: ¿hasta qué punto pueden la memoria y la justicia en relación con el pasado ampliar el horizonte de experiencias y expectativas? ¿O está restringido a los eventos específicos a recordar? En un texto sobre las prácticas de memoria en Alemania, Koonz (1994) pide que el legado de los campos de concentración y exterminio sirva “como alerta contra todas las formas del terror político y del odio racial”. Sin negar la singularidad de la experiencia, el desafío consiste en transformarla en demandas más generalizadas. A partir de la analogía y la generalización, el recuerdo se convierte en ejemplo que conlleva la posibilidad de aprender algo de él, y el pasado se vuelve guía para la acción en el presente y el futuro (Todorov, 1998). Esto implica, por un lado, sobreponerse al dolor causado por el recuerdo y marginalizarlo para que no invada todos los espacios de la vida; por el otro –y aquí salimos del ámbito personal y privado para pasar a la esfera pública–, aprender de él, sacar lecciones para que el pasado se convierta en principio guía de acción para el presente y el futuro. En este aspecto, la mayor responsabilidad recae en los estados democráticos. Y en este punto, la memoria entra a jugar en otro contexto, el de la justicia y las instituciones, porque cuando se introduce la posibilidad de la generalización y la universalización, la memoria y la justicia convergen y se oponen al olvido intencional (Yerushalmi, 1989).

La cuestión de la autoridad de la memoria y la verdad puede llegar a tener una dimensión aún más inquietante. Existe el peligro (especular en relación con el biologismo racista) de anclar la legitimidad de quienes expresan la verdad en una visión esencializadora de la biología y del cuerpo. El sufrimiento personal (sobre todo cuando se lo vivió en carne propia o a partir de vínculos de parentesco sanguíneo/genético) puede llegar a convertirse, para muchos, en el determinante básico de la legitimidad y la verdad. Reiterando lo dicho en el capítulo 3: si la legitimidad social para expresar la memoria es socialmente asignada a quienes tuvieron una experiencia personal de sufrimiento físico, esta autoridad simbólica puede fácilmente deslizarse (consciente o inconscientemente) a un reclamo monopólico del sentido y el contenido de la memoria y la verdad. El “nosotros” reconocido es, entonces, excluyente e intransferible. Llevado al extremo, este poder puede obstruir los mecanismos de ampliación del compromiso social con la memoria, al no dejar lugar para la reinterpretación y la resignificación –en sus propios términos– del sentido de las experiencias transmitidas. El desafío histórico, entonces, reside en el proceso de construcción de un compromiso cívico con el pasado que sea más democrático y más inclusivo.

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Colectivo Acción Directa Chile -Equipo Internacional

Agosto 21 de 2017

Publicado por Colectivo Acción Directa en 18:20 

Origen: COLECTIVO ACCION DIRECTA: ARGENTINA: ¿VICTIMAS, FAMILIARES O CIUDADANOS?, LAS LUCHAS POR LA LEGITIMIDAD DE LA PALABRA

DEL USO PEDAGOGICO DE LUGARES DE MEMORIA: VISITA DE ESTUDIANTES DE EDUCACION MEDIA AL PARQUE POR LA PAZ VILLA GRIMALDI (SANTIAGO, CHILE)

DE LA NECESIDAD DE UN RESCATE DEL PASADO Y DE UNA PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA

¿Cuál es el grado de conocimiento y valoración que tienen nuestros estudiantes del pasado? ¿Qué grado de conciencia histórica poseen y cuan sensibles son a la memoria de los hechos que marcaron de manera traumática el acontecer nacional -un devenir que en el tema de los Derechos Humanos reconoce un antes y un después de 1973?.Las respuestas a tales interrogantes no son halagüeñas. El grado de conocimiento del pasado nacional, del desarrollo de una conciencia histórica y de un compromiso educacional efectivo con la causa de los derechos humanos y con las políticas del «Nunca Más» dista de ser satisfactorio 1. Y hay consenso respecto del poco éxito de los gobiernos de la Concertación en definir una política oficial que promueva la confrontación social con el pasado traumático con fines de reparación y sanación (Winn 2007).Con todo, no es sólo este país el que aparece afectado por tal fenómeno. En alguna de sus aristas éste remite a una preocupación mundial que reconoce que, de un lado, «ninguna sociedad había experimentado antes una disolución tan galopante del pasado como ésta», y de otro, que «la impronta del pasado en todos los aspectos de la vida es mucho más débil de lo que era hace una generación atrás» (Lowenthal 1985: 364). David Marc, en su obra The Bonfire of the Humanities, elabora sobre los nexos entre los mass media (principalmente la televisión) y su dispersión, y la menor capacidad de atención y concentración de los sujetos de la educación y la subsiguiente falta de conciencia histórica en las sociedades contemporáneas (citado en Morris-Suzuki 2005:3). La rápida sucesión de los acontecimientos y el presentismo promovido por la televisión conspirarían así contra la valoración del pasado.Otros sostienen que esa falta de conciencia histórica se vincula con la propia crisis de la educación, la inadecuada enseñanza de la historia y la escasa afición de los estudiantes a la disciplina. ¿Qué se enseña? ¿A qué contenidos se atribuye mayor significación? Nuestra época, orientada en un cauce de desconcertante inmediatez y cambio, tiende a validar el conocimiento sólo en función de su valor económico, de las preocupaciones contingentes y de las habilidades prácticas de los educandos. El conocimiento de la historia, entre otros, un conocimiento viejo sin valor económico aparente, tiende a hundirse devaluado en las profundidades del «dominio público». No es sorprendente, entonces, que el pasado aparezca a veces como un apéndice desechable (Hobsbawm 1998: 23-83). Pese a lo anterior, en las últimas décadas la conciencia histórica se ha escurrido como magma desde el interior de placas tectónicas, en permanente desplazamiento, de un orden mundial convulsivo y amenazante. Una y otra vez la humanidad se ha visto forzada a confrontar lo que William Faulkner alguna vez planteó: «el pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado» (citado en Morris-Suzuki 2005:3).En cuanto a la enseñanza de la historia y la escasa afición de los estudiantes a la disciplina, en una conocida obra Josep Fontana levantó el tema de la didáctica aludiendo al conocido fenómeno del escaso atractivo que tienen en el aula escolar los esquemas tradicionales de los educadores (Fontana 1982: 247-248)2. Años más tarde planteó algunas ideas que sacudieron el sistema educacional y en las que insistía en la necesidad de que los profesores orientaran su trabajo hacia temas y problemas actuales de la humanidad (1992: 78, 112), recuperaran la dimensión política de la historia construyendo una visión global del ser humano y asumieran, como tarea básica del historiador, la de ayudar a sus educandos a desarrollar una conciencia crítica (1992: 115, 123, 124).Más recientemente, el tema ha vuelto a ser puesto en el tapete por Carretero y otros, en el marco de las tensiones entre los dos tipos de lógicas que han orientado tradicionalmente la enseñanza de la historia 3; tensiones que, si bien viejas, se han visto acrecidas recientemente por la tendencia de las sociedades contemporáneas a asumir el pasado desde el rescate de la memoria. Este fenómeno, conocido como «mnemotropismo» (Candau 1998; Cruz 2005; Morris-Suzuki 2005), está convirtiendo a la escuela en escenario de disputa, a veces ácida, entre distintas representaciones posibles de la memoria social, en la «búsqueda de una relación significativa entre la representación del pasado y la identidad, ya sea ésta nacional, local o cultural» (Carretero et al. 2006: 16).Lo antes mencionado adquiere a su vez relevancia incuestionable cuando, junto a esta demanda de construcción de identidad desde la memoria -a través de la enseñanza de la historia-, surge la necesidad de develar primero, y confrontar después, memorias sociales en conflicto sobre hechos traumáticos del pasado reciente que obstaculizan la construcción, no sólo de la identidad buscada, sino de todo proyecto de futuro. ¿Qué relato o visión debe asumir mayor legitimidad en estos deb

Origen: DEL USO PEDAGOGICO DE LUGARES DE MEMORIA: VISITA DE ESTUDIANTES DE EDUCACION MEDIA AL PARQUE POR LA PAZ VILLA GRIMALDI (SANTIAGO, CHILE)

 ARQUEOLOGÍA Y POLÍTICA: CONFLICTOS Y POSICIONAMIENTO DISCIPLINAR | Nicole Fuenzalida y Simón Sierralta – Academia.edu

SIMPOSIO “ARQUEOLOGÍA Y POLÍTICA: CONFLICTOS Y POSICIONAMIENTO DISCIPLINAR”. Coordinadores: Nicole Fuenzalida y Simón Sierralta

 

En junio 1972, un grupo de arqueólogos y antropólogos chilenos señalaba que “la investigación arqueológica deberá aportar a nuestro actual proceso todas las particularidades de nuestra realidad, pasada y presente, (…) el futuro de la arqueología está en el futuro de Chile y bajo estos términos entendemos que la situación general del país repercute en el desarrollo de esta ciencia del hombre” Hoy, sin embargo, la arqueología suele relegarse más bien exclusivamente a la producción de discursos sobre el pasado más remoto. Se trata de una acción higienizante, una forma ideológica de desarticular su campo de acción del presente siempre conflictivo. Esta negación del potencial crítico que posee la disciplina respecto de su presente y el proceso histórico de su producción, conduce de una manera u otra a la legitimación de discursos hegemónicos, y reduce el quehacer a un saber técnico-excéntrico.

Esta definición de los límites disciplinarios en razón de la temporalidad resulta más ideal que real, una intención moderna deshonesta o al menos no vidente respecto de la situación social y política implicada en toda praxis arqueológica. La lectura posmoderna ha presentado a nuevos actores en la escena arqueológica, reconociendo que el conocimiento arqueológico resulta significativo en ciertos niveles constitutivos de poder social. La reflexión y praxis arqueológica está necesariamente imbricada con las demandas y conflictos políticos contemporáneos a ella, en un acontecer que sobrepasa el contexto disciplinario, que tiene que ver menos con la teoría y más con lo que está pasando. En el pasado, los discursos sobre la prehistoria jugaron un rol preponderante en la construcción de las identidades nacionales, en la legitimación de anexiones territoriales colonizadoras, y en la constitución de territorialidades indígenas y no indígenas. En la actualidad, por otra parte, sobrevienen procesos de patrimonialización, aparecen nuevas formas de hacer política asociada la emergencia de movimientos sociales y estrategias de sujeción y seguridad complejas, configurando escenarios globales resignificados pero que hunden sus raíces en el sustrato de la vieja historia. Al movimiento por la reivindicación territorial y autonomía del pueblo Mapuche, y su consecuente criminalización y política de asimilación por parte del Estado chileno, hay que sumar otras nuevas-viejas luchas a todo lo largo del país (o el continente): las consecuencias negativas derivadas de la explotación de recursos de alto impacto ecológico y social, la escasa respuesta a las violaciones de DD.HH. en el pasado reciente y el presente, el conflicto entre empresas trasnacionales y las comunidades, el replanteamiento del proyecto educativo y el rol de las instituciones académicas en el desarrollo del país, y tantas otras que resurgen en Latinoamérica como las consignas de siempre y todavía. Las experiencias de las arqueólogas y arqueólogos a lo largo de los años se acumulan mucho y se hablan poco. Desde las discusiones sobre el rol de la disciplina en el tránsito al socialismo, a la paralización de funcionarios del CMN en 2014 se han desarrollado historias diversas: el exilio y la persecución a los académicos de izquierda en los primeros años de la dictadura, la participación de los arqueólogos en la búsqueda e identificación de Detenidos Desaparecidos, y hoy el juego entre las inversiones de megacapitales y la arqueología de Impacto Ambiental. Incluso el despolitizado escenario de la investigación científica corre aún en la pista delineada por el intelectual gremialista Miguel Kast en 1981. No hay espacio disciplinar que escape a su escenario político-social. Por ello se trata, en definitiva, de evidenciar las relaciones entre política y arqueología, que han sido escasamente exploradas en espacios académicos chilenos.

Nuestra propuesta busca propiciar un espacio de discusión sobre las dimensiones políticas del quehacer arqueológico en general, donde se reflexione no sólo sobre los modos de pensar el pasado y el uso político de éste, sino también las formas de elaboración del presente en la praxis arqueológica de Chile y Latinoamérica en genera

Origen: (99+) ARQUEOLOGÍA Y POLÍTICA: CONFLICTOS Y POSICIONAMIENTO DISCIPLINAR | Nicole Fuenzalida y Simón Sierralta – Academia.edu